Hay un dicho popular que dice que “la cabra tira al monte”. Esa expresión se puede aplicar a muchos ámbitos de la vida. En lo que nos toca de cerca, el hecho de que leas medios especializados en Rock como este quiere decir que, en mayor o menor medida, compartes mi obsesión (en el mejor sentido del término) por la música y por los músicos que la hacen posible. Tú, querido lector, eres de los que te fijas más en la canción rockera que acompaña un anuncio de un coche o de una colonia que en el producto en sí. Que giras la cabeza cuando te cruzas por la calle con un ciudadano con una camiseta de Led Zeppelin o de Leño. Y que te paras cuando un músico callejero está tocando un riff de Deep Purple para ganarse unos euros en vez de la melodía de moda. Ejemplos los hay a montones. Cada uno tenemos nuestras manías, nuestros “toc” y nuestras pequeñas obsesiones por las que levantamos alguna sonrisa entre nuestros amigos que no están afectados por esta pequeña obsesión.
Como es común en todas las localidades, en el pueblo de Madrid donde suelo pasar el verano, llegadas las fiestas dedicadas al turismo hay varios días en los que el Ayuntamiento contrata música en directo. Normalmente son orquestas que hacen un repertorio de varias horas para disfrute de todos los presentes, tanto personal autóctono como veraneantes. A veces, también son grupos de versiones los que alegran la noche de las peñas y de todos los que se acercan a la plaza del pueblo. Y, como cada año, mi pequeño toc consiste en acercarme para ver a los músicos de cerca, para intentar reconocer a alguno de ellos, a sabiendas de que muchos músicos de Rock (y de otros estilos) se ganan un buen dinero durante el verano en estas giras de fiestas de los pueblos.
Debo decir que esta búsqueda a veces da resultados. Concretamente, este año me encontré con Pablo Ruiz (bajista de la última formación de Asfalto) dándolo todo en un excelente grupo de versiones que hizo las delicias de todos los presentes. Otros años han sido otros músicos quienes me han dado la grata sorpresa de formar parte de esas orquestas que no paran de actuar todo el verano.
Uno de los defectos de muchos seguidores del Rock es que se les va la mano con ser puristas. Talibanes del espíritu rockero, desdeñan a aquellos músicos que se salen del camino del Rock para probar fortuna en otros estilos o, directamente, buscarse unos ingresos en el verano ejerciendo su actividad de músicos en este tipo de orquestas. No pueden estar más equivocados, por varios motivos:
1.- Salvo contadas excepciones, sigue siendo cierto que “el Rock no te dará para vivir”, como cantaban Sobredosis allá por los 80. Los músicos también comen, se visten, tienen facturas que pagar y asuntos que atender. Cualquier actividad es lícita para tener unos ingresos que les permitan subsistir. Y tocar en una orquesta en verano no les resta un ápice de dignidad. Es curioso ver cómo muchos de estos “talibanes del Rock” aceptan que un músico se gane la vida al margen del Rock como electricista, pintor o carpintero, pero no como músico en una orquesta. De locos.
2.- Las orquestas proporcionan una experiencia muy importante para el músico. Tocar cuatro horas cada noche ante un público muy numerosos con ganas de fiesta un repertorio muy variado hace al músico crecer como tal, le saca de su zona de confort y le abrirá la mente, mejorará su técnica y su presencia en el escenario y le hará, en definitiva, mejor músico.
3.- Se amplía el círculo de conocidos en el mundo musical. El Rock es muy endogámico, por lo que tocar en una orquesta permite hacer contactos con otros músicos, promotores o managers que pueden ser muy útiles en el futuro. Incluso, en algunos casos, se pueden fraguar buenas amistades que perdurarán en el tiempo.
Seguro que hay más ventajas, los propios afectados lo saben mejor que yo. Por eso dejo aquí el mayor de mis respetos para todos esos músicos que se dejan la piel en el verano con sesiones maratonianas en las fiestas de los pueblos. Ellos también son el Rock and Roll
Santi Fernández “Shan Tee”