“Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”, decía la zarzuela “La verbena de la Paloma”. No os preocupéis, no me he vuelto loco ni me voy a poner a hablar del género chico, esto sigue siendo una web de rock.
De lo que os quiero hablar en este editorial es de lo rápido que avanza la tecnología y, con ello, las costumbres de tanto artistas como del público. Unos cambios vertiginosos que a veces me dejan un tanto descolocado y que no siempre son para bien.
Tengo la fortuna de haber vivido en primera persona la época dorada del rock. Aunque seguramente la década de la creatividad fueron los ’70, en los ’80 fue cuando el rock vivió sus años de mayor éxito y reconocimiento. Y fue en aquellos años cuando a mi me enganchó este gusanillo que se mantiene a día de hoy.
Muchas de las formas de consumir música que se utilizaban en aquellos años han pasado a la historia, como las cintas de cassette, los tocadiscos portátiles o grabar canciones de un programa de radio rezando para que el locutor no hablara encima del inicio o el final. Afortunadamente, la fabricación y venta de vinilos ahora está renaciendo cuando ya había recibido la extremaunción.
Los grupos tenían muy difícil grabar un disco y tenían que confiar en que una Compañía Discográfica se fijara en ellos y les asignara un presupuesto para entrar en un estudio de grabación. Esto hacía que fueran pocos discos que salían al mercado cada año, hasta tal punto que un pequeño grupo de amigos que se repartieran los nuevos lanzamientos podía estar al día de todo lo que el mercado discográfico nacional podía aportar.
He de reconocer que el paso de las cassettes y los vinilos al CD lo llevé muy bien. Aquellos “Compact Disc” eran pequeños, manejables y no se desgastaban con el uso. Eché de menos las portadas en tamaño grande de los vinilos pero fue un alivio no tener que andar grabando los discos en cintas para poder escuchar música en el coche, cuando dispuse de primer radio-casette con lector de CD en aquel Ford Fiesta que tantas alegrías me dio.
Lo que no sospechaba es que los CDs iban a tener aún una vida más corta que los vinilos. El descenso alarmante de ventas y el auge de la música en formato digital anuncia una muerte próxima del formato físico. Bien es cierto que aún los grupos (casi todos) siguen editando sus discos en CD, pero ¿cuánto tiempo seguirá siendo esto así? Un ejemplo sintomático lo tenemos en cualquier concesionario de coches: la mayoría de automóviles ya no llevan lector de CDs, sino una entrada de USB y, si subimos un poco de gama, una conexión bluetooh para leer la música del móvil sin conectarlo. Esto es el futuro, nos guste o no.
A mi no me gusta. Soy de la generación que disfruta de la portada de un disco y de su libreto, y me siento poseedor de un pequeño tesoro si lo tengo entre las manos. Pero no me queda más remedio que reconocer que el futuro son los discos en mp3, las portadas en jpg y los libretos en pdf.
Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad, y es aplicable a muchos otros aspectos de la música. La frontera que separaba una maqueta de un disco ha ido estrechándose hasta desaparecer. Ya no hay maquetas porque los grupos se graban su propio disco autoproducido, con su artwork autodiseñado y lo mueven por los medios y lo venden a los fans por su cuenta. ¿Eso es un disco o una maqueta? Cuestión de semántica.
Todo ello ha producido la casi desaparición de las tiendas de discos. Apenas quedan un puñado de nostálgicos con su tienda de barrio. Lejos quedan las grandes superficies que DiscoPlay, MadridRock o Tipo tenían en las zonas más caras de la capital. Y en otras ciudades, tres cuartos de lo mismo. La sensación de entrar en tiendas como Melocotón o La Metralleta y sentirte en el Valhalla es algo que ya sólo pertenece al pasado.
Por parte de los músicos, la forma de entender un grupo es muy diferente. Ya pasaron los años en los que los grupos ensayaban casi a diario, creaban las canciones en el local y se forjaban a base de contacto mutuo. La mejora de las comunicaciones permite la creación de bandas y la grabación de discos con músicos desperdigados por, incluso, países diferentes. La formación de “Avalanch All-Star” es un buen ejemplo, grabando un disco con un guitarrista en Asturias, otro en Madrid, el cantante en Barcelona, el batería en Italia, el bajista en Suecia y el teclista en Finlandia. Cierto, la tecnología permite estas cosas pero a mi me sigue pareciendo raro.
Soy un nostálgico empedernido que echa de menos los viejos tiempos. Una idea romántica de unos tiempos que no volverán. Se supone que todos los avances tecnológicos nos hacen la vida más fácil y nos ayudan a que las cosas mejoren. En el caso del rock, no lo tengo tan claro.
¿Y tú?
Santi Fernández «Shan Tee»