Editorial Octubre 2003: “De la Educación a la Profesionalidad”

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No es bueno saber tanto.

Hace dos años y medio, cuando el bebé aprendía a dar sus primeros pasos y recibíamos el primer correo electrónico de felicitación o nos sorprendíamos de la primera trifulca en el Foro entre nuestro amigo Fasken y Dani P. (impagable), cualquier pequeño avance en el devenir de la página se vivía con especial intensidad y mentalmente existía una barrera infranqueable que dividía el trabajo de unos simples aficionados del de los profesionales del medio. Pasa el tiempo, conoces gente, te introduces un poco en la maquinaria del sistema y te das cuenta de una realidad que decepciona tu concepto romántico.

Aquello que anteriormente tenías por serio, imparcial e instruido pasa a ser todo lo contrario de la noche a la mañana. Todas esas editoriales que defendías a capa y espada, en las que se proclamaba la enésima cruzada del Heavy Metal contra el monopolio mediático que sólo ofrece lugar a una música horrorosamente superficial y continuamente alegre llamada Pop (¿?), se convierten en papel mojado. Y, lo peor, se desvanece el respeto a ese “aquello” que un día fue el punto de encuentro con la actualidad y los pensamientos de tus grupos favoritos.

Dos párrafos como los de arriba no sirven más que para lanzar la pregunta que me ronda desde hace un año, en que escribía acerca del mismo tema aunque enfocando otras cuestiones distintas: ¿Existe un colectivo propiamente profesional dentro del periodismo rockero de este país? Quiero pensar que sí, pero por la información que uno va recopilando ese colectivo debe reducirse a una minoría alarmante.

La idea que uno pueda tener de profesionalidad es muy subjetiva, pero me ciño a dos perspectivas:

– la de la calidad de la información recibida, es decir, la credibilidad que se le puede dar a una determinada crítica de un disco, preguntas de una entrevista o cobertura de un concierto. ¿Hablaba al principio de seriedad, imparcialidad e instrucción echadas por tierra, verdad? Actualmente puedes encontrar publicaciones supuestamente amateur, tanto impresas como de internet, que desbancan por goleada en ese aspecto a las que conocemos como profesionales.

– y la del periodismo como profesión con dedicación absoluta (o full-time, que dirían los anglosajones). La concepción de profesión, al menos como yo la entiendo, conlleva la prestación de unos servicios a cambio de unos honorarios, sueldo o retribución económica. En un sector donde lo predominante es que los empleados, en el mejor de los casos, reciban una compensación irrisoria, no estén amparados por un contrato laboral o acaben por arrojar la toalla al cabo de un tiempo tras comprobar que de esa manera jamás tendrán un futuro digno, ¿puede hablarse de profesionales? En las condiciones citadas se puede hablar de becarios, no más. Muchos hemos visto cómo se pasaban los veranos de la carrera sudando la gota gorda por cuatro duros y un par de líneas de experiencia en el currículum, así que en ese sentido comparto el sentimiento: es duro comprobar que se aprovechan del trabajo de uno arriesgando lo mínimo. Pero así es el libre mercado: salvaje, inhumano e ideal para manchar su propósito saltándose a la torera las leyes que protegen a sus participantes. De este modo, lo que diferencia a la gran parte de jóvenes profesionales que pueblan las páginas de las revistas especializadas del resto de mortales es que, mientras los primeros son becarios, los segundos son voluntarios de ONGs. En el fondo, todos forman un conglomerado de entusiastas por la música cuyo masoquismo supera las horas invertidas enfrente de una hoja o un ordenador y algún que otro berrinche. La alegría de ver ese tiempo invertido plasmado en una página o una pantalla no tiene precio.

Como venía diciendo, excepciones las habrá y por suerte podemos encontrarnos frente a verdaderos profesionales en unos pocos casos. Supongo que generalizar esta situación supondría aunar fuerzas, emprender iniciativas empresariales viables y adecuar una oferta adecuada a la demanda (cada vez más susceptible a la calidad de la información, como citaba arriba). Alcanzar unas redacciones identificadas con su editor, estables (en el plano laboral) y preparadas es un objetivo harto complicado, pero si esos esfuerzos emprendedores, en lugar de dispersarse, dieran lugar a un proceso de concentración seguramente cambiarían las cosas. Mientras tanto, seguiremos escogiendo la pasión del Popu frente a la desgana y la salsa rosa.

A. Puerta