THE VELVET UNDERGROUND “The Velvet Underground & Nico” (1967)

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velvetunderground_velvetundergroundandnicoEn aquel entonces nadie se dio cuenta, pero el rock, en 1967, cumplió la mayoría de edad. El swing y el ritmo negros del R&B, las baladas hawaianas de Elvis o el piano enloquecido de Jerry Lee Lewis poco o nada tendrían ya que ver con lo que iba a venir después de ese año. El rock entendido como una música fácil, bailable, furiosa e inmediata se puso a criar malvas, esperando a ser resucitado por los Stray Cats algún día. La edad del pavo del rock and roll ya era historia. De la misma manera, el rock entendido como una música amigable, edulcorada e inocente también se fue desvaneciendo, aunque más lentamente. Los Beatles estaban en la cumbre de su éxito (“Sgt. Peppers”), pero el vertiginoso descenso hacia la separación era ya inminente. Los tiempos del rock británico, azucarado e infantil en algunos casos, finalmente también nos decían adiós. Y es que en 1967, el rock aprendió por lo menos a hacer tres cosas que antes no sabía: primero, a ser oscuro y casi diabólico cuando le convenía; segundo, a abrirse totalmente a la experimentación, como acababa de hacer el jazz; y tercero, y como consecuencia de esto, a entrar a formar parte de una esfera artística más amplia que la estrictamente musical. Todo esto ocurrió en 1967, y ocurrió como suelen ocurrir la mayoría de asuntos trascendentales y de vital importancia para la cultura: pasando totalmente desapercibido.

¿Alguien se acuerda de “La extraña pareja”? En esa película, dos tipos con caracteres opuestos convivían en un mismo piso, cosa que daba pie a situaciones cómicas y delirantes. Pues bien, la realidad supera la ficción. Lou Reed y John Cale compartían piso en el Manhattan de 1964. El primero, un seguidor acérrimo del rock and roll de los cincuenta y del free jazz, y el segundo, un músico académico y de conservatorio pero con ganas de experimentar. No tardaron en montar una banda de rock… qué insensatos. Dos gallos en un mismo gallinero. Aguantaron tres años: el refinado y barroco Cale tendría que esperar hasta los setenta para hacer lo que realmente quería musicalmente hablando (y, por cierto, el resultado no podía ser mejor: “Paris 1919” es de los mejores discos de pop que un servidor se haya llevado nunca al oído). Mientras tanto, en ese incómodo período, nuestra extraña pareja particular parió el disco del plátano, que es el que nos ocupa, y la absoluta locura que es “White Light/White Heat” (1968). Si queréis mi opinión, y aún a riesgo de ser lapidado por algún gafapasta, ninguno de estos dos discos es excepcionalmente bueno musicalmente hablando. Pero lo que los hace únicos no es “sólo” su música. Es lo que vino después.

Por un momento olvida todo lo que sepas sobre rock. Imagínate una música de usar y tirar hecha por gente de la calle. Canciones pegadizas, letras sobre coches rápidos y/o amores perdidos, un poco (no mucho) de psicodelia, hits para las radios y fans histéricas chillando en cada concierto. Ahora, pensemos en el contraste: unos universitarios ayudados por un pintor que se ponen a murmurar en un tono de nana canciones sobre heroína, violaciones y masoquismo. Eso es 1967. Eso, y no otra cosa, es el álbum debut de la banda que lo cambió casi todo. Señores y señoras, con todos ustedes, The Velvet Underground.

Los efectos de este contraste no se verían hasta unos años después, cuando tanto el público como la crítica se empezaron a dar cuenta de la creatividad que escondía el disco del plátano. El artefacto en cuestión es un compendio siniestro de rock and roll (“Run, Run, Run”), de nanas intimistas (“Sunday Morning”), de instrumentación orientalizante (“Venus in Furs”), de melodías frescas (“There She Goes”), de incorporaciones femeninas (“Femme Fatale”, “I’ll Be Your Mirror”), de poesía recitada («The Black Angel’s Death Song»), de improvisaciones distorsionadas (“European Son”) y de himnos eternos (“Heroin”). Algo así como un cóctel con los Beatles de “Rubber Soul” y algún disco de free jazz.

Es difícil escuchar el disco del plátano en 2014, y lo es por una razón muy sencilla: es la matriz de una serie de elementos que todos hemos visto hasta en la sopa. Además, es de esos discos que la gente escucha para poder decir que los ha escuchado. Personalmente, disfruto más con Reed y Cale en solitario, pero si alguien quisiera saber el origen del rock tal y como lo entendemos hoy, yo le remitiría a este disco sin dudarlo. Una pieza de museo.

Jaume «MrBison»