AEROSMITH “Get a Grip” (1993)

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aerosmith_getagripDespués de editar “Done with mirrors” en 1985, completando el regreso de la formación original (de la cual habían desertado por un tiempo el letal dúo de guitarras formado por Joe Perry y Brad Whitford), el quinteto se vio inmerso en un costoso proceso de rehabilitación. La vida que habían llevado hasta entonces, basada en poner al límite el lema “sexo, drogas y rock’n’roll”, dejaba en ridículo a más de un rock star al uso (y no hablemos de los grupos de los noventa, de los cuales los Gunners fueron los que más se aproximaron a esta misma senda de autodestrucción –claro, que no fue tan prolongada como la de Aerosmith-) y fascinaba a la gente que rodeaba a la banda, que no podía creer cómo podían salir a un escenario a tocar y mantenerse en pie después del atracón de drogas que tenían en el cuerpo. De este modo, decidieron limpiarse a conciencia y comenzar una nueva etapa. Y vaya etapa…un trío de álbumes que significaron una resurrección en toda regla: “Permanent vacation” de 1987, “Pump” de 1989 y este “Get a grip” de 1993. Cada una de estas grabaciones es una joya en sí misma y tan sólo tener que elegir de entre una de ellas ya es complicado. Así que puedo comprender que alguien se haya sentido defraudado por no ver la reseña de uno de los otros dos en lugar de la de “Get a grip”…otra vez será.

“Get a grip” es lo más cercano que puede haber, desde mi perspectiva, a un compendio de hard rock americano. Define la frescura del rock yankee como ningún otro disco. Hay que concederle un mérito enorme, teniendo en cuenta que fue un éxito de ventas en unos años en los que aquello que no llevara la etiqueta “grunge” tenía pocos visos de romper en el competitivo mercado americano (en el que bandas como Pearl Jam, Soundgarden, Alice in Chains, Nirvana o Stone Temple Pilots gozaban de sus días de gloria). Sin embargo, en medio de esta vorágine enfrentada al cock rock de los ochenta, el sello Sony Music apostó por estos cuarentones, ofreciéndoles un contrato millonario para arrebatárselos a David Geffen. Lo cierto es que acertó de pleno ya que en septiembre de 1994 “Get a grip” ya había alcanzado la friolera de 12 millones de copias vendidas en todo el mundo.

El rap que introduce “Eat the rich” da paso a un riff rabioso acompañado de una de las letras con más sarcasmo que Steven Tyler haya escrito jamás. El eructo que le sucede abre el tema-título del disco, otra pieza de hard rock frenética en la que el estribillo es pegadizo a más no poder (es una gozada escuchar lo de “skin and bones it ain’t such a pity…”). “Fever” tiene un ritmo country muy marchoso que casa a la perfección con el rock que practica la banda. Otra de las más moviditas es “Shut up and dance”, que contiene otro riff de impresión (vaya feeling el que sale de las cuerdas de Perry y Whitford) y que en directo servía para que Joey Kramer se luciera con uno de sus solos de batería. “Livin’ on the edge” pone la nota comercial con esas acústicas al comienzo, su estribillo facilón y un acorde de guitarra que se repite incesantemente, siendo el single que marcó el camino a seguir por el resto del álbum. Tyler hace toda una demostración de facultades vocales en “Flesh”, quizá la más fuerte de todas las aquí incluidas. El espíritu de Joe Perry Project sobrevive en “Walk on down”, un tema básico y crudo de los que tanto gusta a Mr. Perry y con otra de esas letras directas que, sin ser de gran trascendencia, te cuentan cosas cotidianas con una veracidad que pocos consiguen transmitir tan bien (“you wonder why you got holes in your shoes/ you wonder why they got more money than you/ you wonder why you got nothin’ to lose/ it makes no sense, don’t try to figure it out/ you gotta walk on down”). Además, el sobrio hacha también compuso el corte instrumental que cierra la grabación, “Boogie man”, un tributo personal a Peter Green de Fleetwood Mac. Mención aparte merecen los medios tiempos ya que son auténticas maravillas. Aquí hay mucho que agradecer a los colaboradores que tuvieron y que coescribieron gran parte del contenido del álbum: Richie Supa, Taylor Rodhes, Jim Vallence, Mark Hudson y Desmond Child (habitual del grupo desde “Permanent vacation”). Alcanzan el punto justo de comercialidad y brillantez que tan difícil es lograr (y que en los últimos tiempos Aerosmith no han conseguido recuperar –“I don’t want to miss a thing” o las incluidas en el último trabajo se pasan de empalagosas y melosas -). De esta forma, tanto las historias de amores y desamores que narran “Cryin’” y “Crazy” como la sensación de volver a sentirse vivo que emana de “Amazing” pueden codearse con clásicos de la talla de “Dream on” (de la cual Joe Perry siempre ha echado pestes, y es que su idea inicial cuando formaron el grupo era evitar a toda costa las baladas y restringir los medios tiempos a cortes blues clasicones).

Lo dicho, Aerosmith dieron una lección de cómo comenzar una segunda juventud a los cuarenta y sobrevivir a las tendencias contemporáneas que parecían augurarles una jubilación anticipada. La gira que siguió al lanzamiento del disco les llevó a visitar infinidad de países (algunos como España en los que no habían actuado anteriormente) y encabezar una de las fechas del festival de Woodstock de 1994, en el que se conmemoraba el vigésimo quinto aniversario de su celebración original, así como el Donington del mismo año (en el que ya fueran cabezas de cartel junto a los Whitesnake de “Slip of the tongue” en 1990). No os preocupéis, que algún día veréis comentados por estas páginas el paso de los americanos por los setenta con un “Toys in the attic” o un “Rocks”. Todo a su tiempo.

J. A. Puerta