Me encuentro ante una situación complicada. Una crisis moral y de principios sobre lo que pinto en esta industria (o lo que queda de ella) que es el Rock en España. No es la primera vez que estos pensamientos me asaltan, incluso creo que más de una vez los he hecho públicos, pero el editorial de cada mes en la web es una oportunidad de sacar lo que llevo dentro y compartirlo con quien me quiera leer.
Tengo muy claro que la labor periodística que se efectúa desde medios amateurs como este tiene vocación servicial. En otras palabras, trabajamos gratis para que unos brillen (los músicos) y otros estén informados (el público), ayudando por el camino a los que gestionan el negocio (discográficas, promotoras, agencias de management, etc.). Y todo ello por el amor al arte, nunca mejor dicho. Con un entusiasmo que nos quita mucho tiempo y algo de dinero, pero a la que nos entregamos con la mejor de nuestras intenciones porque es nuestra pasión.
Esta labor altruista es, ciertamente, un hobby venido a más. Cuanto más te metes, más te involucras, más tiempo le robas a tu “otra” vida, la de la familia, amigos, aficiones y un trabajo que te permita tener los ingresos suficientes para mantener tanto tu existencia como la labor que hacemos en pos de la música.
¿Qué sacamos con ello? Muchas satisfacciones, sin duda. Si no fuera así, no seguiríamos al pie del cañón. Después de más de 2 décadas al frente de The Sentinel, mentiría si dijera que no me siento orgulloso de ello. Pero también hay muchos sinsabores. Y, por momentos, estos pesan demasiado como para no plantearse si esto merece la pena.
Los músicos, por regla general, tienden a mirarse su propio ombligo. Capaces de enfadarse porque en una crítica sobre un disco o un concierto hayamos indicado un punto negativo, aunque esté acompañado de diez puntos positivos. Ejemplos tengo como para empezar y no parar. Para la mayoría de músicos, una opinión buena es de ser “buen profesional” y una opinión mala es “no tener ni puta idea”. Se confunde una crítica periodística con una nota de prensa o una cuña publicitaria. Aunque se haga con respeto y razonamiento, eso da igual.
También están los que, en los intervalos sin disco, concierto o noticias relevantes, desaparecen por completo de nuestras vidas, para reaparecer cuando vuelven a la actualidad para pasarnos la mano por el lomo, cuando creen somos “útiles” de nuevo. Y desde nuestra posición les volvemos a brindar nuestro apoyo, tiempo y dedicación, aparcando la sensación de ser utilizados para retomar esta labor de comunicación, ya que al fin y al cabo es lo que nos gusta y disfrutamos con ello.
A los músicos, al fin y al cabo, hay que entenderlos. Salvo honrosas excepciones, todos suelen mirarse su ombligo y creer que es más bonito que el ombligo de los demás. Por eso, cuando un músico se queja de que el público “no acude a conciertos” o “no compra discos”, lo que realmente quiere decir es que “no acude a MIS conciertos” o “no compra MIS discos”. Id a cualquier concierto y podéis comprobar la pequeña cantidad de otros músicos que hay entre el público. Y los que veáis, casi siempre habrán ido invitados. En unos tiempos en los que hay casi más grupos que público, el sistema está destinado al fracaso.
Un buen ejemplo es la gran cantidad de músicos (y managers, promotores… incluso parte del público) que se escandaliza porque una gran banda internacional llene un recinto de gran aforo a precios muy altos, mientras que las pequeñas (incluso medianas) bandas nacionales apenas llenan aforos mucho más comedidos, con las entradas a precios bajos. En estos casos, yo siempre lo comparo con mi pasión por el fútbol, cuando voy al estadio a ver a mi Atleti y veo a 65.000 personas que hemos pagado una pasta, pero después en el partido de mi hijo, buen lateral derecho que juega en Regional, apenas asistimos un puñado de personas, siendo gratis.
También tenemos a los que claman al cielo al ver actitudes que ellos mismos realizan sin pudor. Que montan en cólera al ver como compañeros de profesión tienen actitudes reprobables, sin darse cuenta de que ellos hacen lo mismo. Volvemos a lo de mirarse el ombligo.
Hoy estoy guerrero, soy consciente de ello. No sé si será por el calor, por el agotamiento de un año duro, a todos los niveles, o porque se me han juntado varios ejemplos muy claros en poco tiempo de todo lo que os estoy contando. Como todo en esta vida, la balanza debe estar equilibrada. Y aunque a veces nos dé la sensación de estar haciendo el tonto, debo reconocer que también hay muchas otras cosas que nos compensan los sinsabores. Sólo hay que verlas y esperar a que las sensaciones se equilibren. Al fin y al cabo, generalizar siempre es un error, hay también multitud de ejemplos que me han demostrado lo contrario. Además, cada uno tenemos también muchos defectos, y aceptar los errores ajenos justifica que los demás perdonen los nuestros.
Como señalar está muy feo, la foto que acompaña este editorial no tiene nada que ver con lo expuesto. Pero me apetecía recordar a uno de mis mayores ídolos, al que se llevó al otro barrio el maldito Coronavirus y del cual escribí mi primera reseña en esta web, hace ya 22 años.
Pasad buen verano y cuidado con el sol. No sea que se os caliente la cabeza y el calor os haga desvariar y terminéis escribiendo un editorial para desahogaros.
Santi Fernández “Shan Tee”