PHOENIX RISING “Acta Est Fabula” (2021)

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Reseña originalmente publicada en catalán en El Rock-Òdrom

Estábamos sobre el capó del coche aguardando para ver el evento cósmico más esperado de la década. Habíamos venido temprano para poder coger el lugar que tanto nos gustaba en el descampado desde donde se veía la ciudad y teníamos una vista clara del cielo. Mientras caía la noche, hablábamos de cosas del pasado y reíamos mientras fumábamos y nos empinábamos una botella de Jack Daniel´s que habíamos comprado para tan memorable evento. Al fin y al cabo, una luna carmesí no se ve todos los días. Yo había escogido la música que sonaba a todo volumen en nuestro viejo Toyota de los ‘80, rojo como el pronóstico de la luna. No por casualidad escogí un grupo que particularmente me era agradable y que acababa de sacar su nuevo álbum y que, además, tenía una canción que siguiendo con el tema se llamaba “Luna de sangre”, que me empecinaba en repetir cada vez que Juan Carlos se descuidaba.

En eso estábamos cuando un escalofrío me recorrió el cuerpo. En un parpadeo vi caer tendido a mi lado a Juan Carlos y antes de poder hacer nada ya lo tenía prendido a mi cuello también. Una dulce y suave sensación me recorría el cuerpo, pero al mismo tiempo ver a Juan Carlos en el capó del Toyota hizo que me corriera una lagrima. En breve caí a su lado con un pequeño torrente cálido que bajaba por mi espalda. “Luna de sangre” estaba sonando y recordé que había escogido Phoenix Rising esa noche porque había sido el grupo que nos había unido allá por el año 2012.

Recuerdo que acababan de sacar su álbum “MMXII” y que mi primera impresión fue de admiración por el excelente trabajo que habían hecho. Lo tenían puesto en el bar que frecuentaba en Barcelona, pero lo curioso era que el bar se llamaba Alcorcón y tenían banderines del equipo de fútbol hasta en el baño, pero ponían metal y ya con eso me valía. Pues en la barra me encontraba cuando se me acercó con su gorra hacia atrás a plenas 11:30 pm dentro del bar y me dijo:

  • “¿Sabías que estos chicos son de Alcorcón?”
  • “¿Los del bar?” – le respondí un poco confusa.

Él se echó a reír y comenzó a contarme todo tipo de detalles de Phoenix Rising, que había ganado un concurso unos años atrás que se llamaba “Y tú ¿qué tocas?” y que habían acompañado a Saratoga y que habían tocado frente a más de 5.000 personas. A decir verdad, me tenía cautivada la manera en que le brillaban los ojos al hablar de ellos. Inevitablemente me preguntó mi nombre y yo, sin titubear respondí: “me llamo Virginia”. Pero ni me molesté en preguntar el suyo. Siendo muy sinceros, estaba más interesada en oír el álbum entero de Phoenix Rising al llegar a casa.

La guitarra y la batería veloz de “El temor de un hombre sabio” (como el libro de Rothfuss) interrumpió mis pensamientos. El corazón me latía a mil y no estaba segura de si era por la canción, que además era la favorita de Juan Carlos, o porque mi cuerpo se quedaba poco a poco sin aliento. “Hoy el viento susurra una historia” entonaba a viva voz Miguel González en los viejos altavoces.

Al poco tiempo de aquella noche en el Alcorcón nos liamos y dos meses después vivíamos en un pisito húmedo de la Barceloneta y Phoenix Rising se convirtió en el grupo de la “familia”. Seguimos sus pasos durante años, vimos con recelo la sustitución de Iván Méndez en la batería, pero nos enamoramos de Carlos Vivas en cuanto escuchamos ese poder que derrochaba, impecable en esos bombos. Siempre bromeábamos con que, de haber sido futbolista, con esas piernas podría haber sido una estrella de talla mundial.

Los ojos empezaban a ponerse pesados, entre nosotros se empezaba a ver el tenue reflejo de la luna carmesí. Cada vez mi respiración se entrecortaba más y hacía ya un rato que había dejado de sentir la suya. “Acta est fabula” se escuchó en un coro ya casi imperceptible para mí. Que irónico -pensé- que signifiqué la función ha terminado. Al menos me voy con estilo. -Aquello que nos había unido, ahora, como una broma macabra nos daba la despedida-. Este grupo nunca nos decepcionó -le dije- ya más como un pensamiento mientras veía sus ojos vacíos.  Delante de mí solo vi oscuridad.

El sonido de un reloj retumbó en mi cabeza. Aún mareada escuché una guitarra, mis ojos se abrieron, me toqué el cuello ya frío, alcé la mirada al cielo y vi como la luna brillaba con un rojo intenso. Me levanté de un salto cogí la cajetilla de cigarrillos y lo que sobraba de la botella de Jack Daniel´s y deje ahí el pasado, sobre el césped, y acelere a fondo el viejo Toyota del ‘80 mientras a todo volumen “El camínate” le daba la bienvenida a mi nueva vida, sabiendo que el pasado no se puede cambiar.

Daniel Huezo