Editorial Junio 2021 “My generation”

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He titulado este editorial con el nombre de uno de los grandes temas de The Who porque quiero dedicarlo, sobre todo, a los rockeros de mi generación. Los que vivimos la eclosión del Heavy Metal en España y su época de mayor esplendor.

Somos la generación que sonreía al cruzarse en el metro con otras personas con las mismas pintas de heavy. Los que llevábamos muñequeras de cuero con tachuelas y chalecos vaqueros con parches de grupos que nos ocupaban toda la espalda y nos pintábamos con boli en los vaqueros los logos de nuestros grupos favoritos.

Las tiendas de discos eran nuestros lugares de peregrinación. Allí nos gastábamos nuestros ahorros en aquellos vinilos tan deseados. Comprábamos cassettes vírgenes (TDK mejor que BASF) para completar el resto de nuestra discografía con grabaciones de los discos de nuestros amigos, confeccionando las portadas con recortes del boletín de Discoplay. Íbamos a todas partes con nuestro reproductor de cassette esperando que las pilas aguantaran, llevando siempre encima el complemento necesario: un boli Bic para rebobinarlas. Protegíamos nuestras cassettes de borrados accidentales rompiendo las pestañitas de plástico del lomo. Si nos arrepentíamos y las queríamos reutilizar, bastaba con tapar aquellos agujeros con papel cello o una bolita de papel.

Otras formas de satisfacer nuestras necesidades de consumir música eran las revistas, la radio y la tele (sí, ¡la tele!). Nos comprábamos la Heavy Rock y la leíamos como si fuera La Biblia. Escuchábamos “El Búho Musical”, “Disco-Cross” o “La Emisión Pirata” con la grabadora preparada para guardarnos aquellas canciones que nos más nos gustaban, esperando que los locutores (Paco Pérez Bryan, Mariano García o Juan Pablo Ordúñez “El Pirata”, respectivamente) no hablaran mucho por encima. Para nosotros, “Neon Knights” no era una canción de Black Sabbath sino la sintonía de un programa de radio. Esperábamos la emisión semanal de “Tocata” para grabar en nuestro vídeo Beta o VHS el vídeo-clip o actuación de un grupo “de los nuestros”. Repasábamos la programación de La 2 para disfrutar de conciertos emitidos íntegramente en la televisión pública.

Íbamos a muchos conciertos. Quizás tanto como ahora, pero nos hacía más ilusión. Además de las grandes estrellas internacionales, íbamos a conciertos con miles de personas en los que sólo actuaban grupos españoles. Nuestros templos eran la sala Canciller y el Pabellón del Real Madrid (para los que vivan en la capital o vinieran ex profeso para ver conciertos). Nos daba mucha ternura encontrarnos a la abuela Ángeles en la grada. Era habitual pegarnos unas carreras antes de entrar, debido a las cargas de la policía. Entrábamos al recinto con una grabadora o una pequeña cámara de fotos compacta escondida en la entrepierna, para inmortalizar el evento. Prestábamos atención a los teloneros. Llevábamos un mechero (aunque no fumáramos) para encenderlo en las baladas. Estábamos más pendientes de lo que pasaba en el escenario que a las charlas con los colegas.

Al llegar a casa nos metíamos directamente en la ducha para quitarnos el olor a humo impregnado en el pelo y en la ropa. Si nos había gustado mucho, al día siguiente íbamos al Rastro para comprar un cassette pirata del concierto que se oía fatal o unas fotos espectaculares en el stand de Mario Scasso.

No teníamos internet. Ni Youtube, ni Spotify, ni Apple Music. Ni páginas de descargas para conseguir en un minuto la discografía entera de un grupo, por lo legal o lo criminal. Pero a ilusión no nos ganaba nadie.

Por eso hoy quiero dedicar este editorial a todos esos rockeros de mi generación. A los que se quedaron en el camino, a los que se desengancharon porque la vida (el matrimonio, los hijos, el trabajo o los propios gustos) les hicieron desistir y, sobre todo, a los que seguimos en la brecha. Como siempre dice mi buen amigo Pedro Giner (el mejor periodista de prensa escrita que ha tenido este país): “En el corazón de un rockero siempre queda una parte que nunca pasará de los 17 años”.

Así que, querido lector, si te sientes reflejado en una parte significativa el texto de este editorial, siéntete afortunado por haber vivido una vida irrepetible.

Y, sin duda, si has vivido todo esto, tendrás la edad suficiente para estar ya vacunado contra la Covid. Todo son ventajas.

Santi Fernández “Shan Tee”