El sensacionalismo que impregna a la sociedad de estos días empieza a ser preocupante. Hace pocos días nos enterábamos de la lamentable tragedia acaecida en un concierto de Great White, en el que fallecieron un importante número de personas y otro tanto resultaron gravemente heridas. Tampoco hace mucho que aparecían en las noticias nombres como Pete Townshend (The Who) o Dave Holland (Judas Priest) relacionados con casos de depravación sexual (más concretamente por asuntos de pornografía infantil y acoso sexual a menores, respectivamente).
Es indudable que noticias de ese calibre producen escándalo, pero no menos escandaloso es que hechos puntuales como los citados se generalicen por los de siempre y den una imagen tan distorsionada que vengamos a concluir que la culpa de todo la tiene el rock, precisamente cuando nuestro querido amigo si de algo es culpable es sobre todo de abrir mentes y aliviar tensiones cuando más se le necesita.
Está claro que el rock es perjudicial, sobre todo porque navega en una dirección claramente opuesta a la del resto del rebaño y de soberbias operaciones triunfales, grandes hermanos y demás bazofia. El rock daña la mente, pero no lo hace el hecho de que se superponga la mierda en la parrilla de programación de televisión, que a fin de cuentas es uno de los mayores medios de difusión cultural (empezando con Gran Marrano, para seguir con la Isla de los Mierdos.o.s y acabar con un Hotel Glamour que ya huele a podrido antes de empezar –en la temática del ‘corazón’ y su preponderancia absoluta mejor no entrar-).
El rock mata, porque irremediablemente va unido al sexo sin control, al abuso del alcohol y de las drogas (hay que joderse), pero no lo hace el apoyo de un gobierno cada vez más ‘descentrado’ a una guerra que más bien apunta a carnicería por parte del grande (y del niño con caparazón de hombre que controla el joystick). Afortunadamente la calle sigue siendo de todos (al menos de momento), y si en ciertas parcelas es fácil poner el bozal, no lo es tanto a la hora de salir al campo.
El rock es la música del diablo, seguramente porque vio tanta mierda en el mundo que decidió protestar vociferando y a guitarrazos y así convertirse en el malo de la película, para desgracia y tormento del bueno de la historia (‘the devil in disguise’, como decía el tema de Yngwie).
Decía un bonito cancionero que quizá los hombres seamos a un tiempo Abel y Caín, y que el destino no está marcado al nacer, lo cual comparto, y añadía algo así como que cada uno escoge el papel que desea en la historia, y supongo que elegir entre uno u otro personaje tiene sus consecuencias, para mal o para bien.
Por todo ello y por la marcha que nos dio, larga vida al rock and roll.
Bubba