El rock es lo que sus músicos y oyentes quieren que sea. Se trata, esencialmente, de un producto anglosajón, pero con una proyección mundial… y una adaptación nacional, particular, según el sitio. Seguro que habréis oído hablar del efecto mariposa: el aleteo de una simple mariposa puede tener enormes consecuencias en la otra punta del planeta. Hoy en día el rock ya no es solamente música, es también una historia que hay que explicar con un mapa delante. Un mapa de influencias, de intercambios de ideas, sonidos, de pequeños aleteos de mariposas que acaban por levantar olas de varios metros en otros países. Es absurdo hablar de una jerarquía, de un cánon de grupos que “se inventaron el rock” mientras el resto del género humano les seguía. En cambio, es mucho más interesante pensar que el rock es un fenómeno multicultural, con efectos distintos según el país, el idioma, la época. ¿Conocéis la historia de Sixto Rodríguez, un cantautor americano de los años ’70? No vendió ni un disco en su país, pero en Sudáfrica cosechó un éxito brutal, sin que él se enterara, gracias a una feliz coincidencia: sus canciones de protesta agradaron a la generación sudafricana que luchaba por sus derechos. Un melómano americano probablemente no citaría a Rodríguez entre sus músicos favoritos, pero un melómano sudafricano seguro que lo tendría en cuenta.
Salvando las distancias, algo parecido ocurrió con el rock en la Italia de principios de los años setenta. La invasión británica (Beatles, Pink Floyd, The Who) dominaba el mercado americano y el europeo a finales de los años sesenta. La experimentación no tardaría en aflorar en el panorama; Bill Bruford (Yes, Genesis) declaró que sin “Sgt. Peppers” buena parte del rock posterior hubiera sido inconcebible. En Inglaterra, pero también en América (Frank Zappa, Captain Beefheart), el rock empezaba a incorporar sonidos ajenos (“Rubber Soul”, del ya lejano 1965, es un buen ejemplo de ello), exóticos e inusuales, a incorporar un poco de literatura más allá del “yeah baby”, a componer temas más largos, elaborados, a veces desestructurados. El rock más “culto” o “experimental” ofrecía un panorama abigarrado a principios de los setenta: bandas envolventes y casi ambientales (King Crimson), jazzísticas (Zappa, Beefheart), centradas en las partes vocales (Genesis) o instrumentales (Camel), compositoras de temas largos y recurrentes (Yes) o más bien cortos y sucintos (Pink Floyd). La lírica podía oscilar entre las referencias mágicas y medievales (unos primeros Genesis bajo Anthony Phillips), filosóficas (Pink Floyd después de Syd Barrett), de humor absurdo (las bandas americanas ya citadas), y un largo etcétera. El rock ya no era la música fácil y directa de Elvis, sino que tomaba el camino de la creatividad por rutas muy diversas.
En Italia todo esto les encantaba. Venía de fuera, pero en cierta manera coincidía con la antigua tradición italiana de experimentar y de mezclar alta y baja cultura; desde los experimentos de Luigi Russolo (compositor vanguardista de principios de siglo XX, autor del manifiesto “El arte de los ruidos”) hasta la “giovane scuola” de ópera, los artistas italianos gustaban de tener compromisos políticos y de buscar nuevos sonidos. Curiosamente, de la psicodelia y de los sonidos progresivos, las bandas italianas tomaron sólo la idea o el propósito: buscar siempre nuevas vías para la creatividad. Como veremos, el rock italiano de los años setenta gustaba de mezclar la música clásica con los sonidos eléctricos y de usar unas portadas muy artísticas, de pintura surrealista, en sus discos. Algo un tanto distinto de lo que hacían sus compañeros británicos.
Los italianos estaban fascinados por bandas inglesas a las que nadie más prestaba atención: Van der Graaf Generator es el ejemplo clásico de esto, es su Sixto Rodríguez particular. Con un ojo puesto siempre en Gran Bretaña, para 1968 la escena italiana empezaba a despegar con álbumes conceptuales (“Senza orario Senza bandiera”, de los New Trolls), llenos de folk y merseybeat pero aún lejos de la influencia de la ópera. Eran las primeras consecuencias artísticas de un movimiento social más amplio, equiparable al de Francia de la misma época: un movimiento estudiantil de rebelión contra el establishment. Dos años antes había empezado el programa de radio “Per voi giovani”, dedicado a difundir el rock entre la juventud, en Radio Rai, prácticamente la única cadena informativa que además monopolizaba el sector. Este programa, por cierto, fue copiado en su nombre e idea en España a finales de los setenta, con el programa “Para vosotros jóvenes” de RNE.
Volviendo a Italia, poco a poco salían nuevos grupos de jóvenes rebeldes que, ayudados por la radio y nuevas revistas (“Qui Giovani”, 1966-1974), revolucionaban el panorama inicial de merseybeat y folk de influencia anglosajona (New Trolls, Equipe 84): los geniales Balletto di Bronzo, con un primer álbum, “Sirio 2222” (1970) absolutamente recomendable, una mezcla de Black Sabbath y Led Zeppelin en italiano, son un buen ejemplo de este cambio, así como los míticos Formula 3, pioneros del género en su vertiente más psicodélica. A su vez, unos jóvenes Le Orme abandonaban el pop de sus dos primeros discos y sacaban “Collage” (1971), un disco muy influido por los sonidos británicos (Antonio Pagliuca, teclista del grupo, viajó a Londres para enterarse de las nuevas tendencias de la época), pero también por la música clásica. La canción “Sguardo verso il cielo”, bastante popular en Italia, definiría buena parte del rock italiano posterior. En 1971, la cosa no había hecho más que empezar: Delirium, I Giganti, Rovescio della Medaglia, Osanna… eran nuevas bandas que se apuntaban al carro de la innovación, con una preferencia clarísima por las melodías recurrentes, los sonidos envolventes y las letras poéticas en italiano, a veces reivindicativas y políticas (caso de Le Orme).
La aparición de los instrumentos electrónicos como el mellotron o el minimoog, innovadores y muy costosos en la época, permitía a estos nuevos artistas jugar con un repertorio más amplio que el sonido guitarrero: los flirteos con la música clásica no tardarían en popularizarse allá por 1972. Banco del Mutuo Soccorso y su genial “Darwin!” (1972), reseñado por estos lares, o el disco debut de Premiata Forneria Marconi (abreviado PFM), “Storia di un minuto” (del mismo año), son los primeros pasos de unas bandas que en seguida se convertirían en los embajadores del rock italiano. Y es que poco después, estos grupos tocarían junto a sus ídolos británicos en festivales ingleses como Reading and Leeds, o serían fichados por sellos ingleses (Charisma). Pero a pesar de estos esperanzadores comienzos, el éxito de estos grupos italianos nunca llegó a traspasar realmente sus fronteras. El hecho de que todos cantaran en italiano no ayudó mucho, y la crítica americana los definía como “spaghetti rock”, una etiqueta como mínimo despectiva.
En Italia estas bandas gozaban de gran popularidad, sin embargo, como lo demuestra la explosión de festivales de música popular creados ad hoc en esa época. Nuevas bandas como Trip, Area o Museo Rosenbach, así como nuevos medios (la revista Muzak, 1973-1976) eran un buen síntoma de salud para el género, que a su vez no tardaría en evolucionar influido por el punk y la new wave de finales de los setenta. Pero mientras tanto, los grupos colaboraban con artistas de música orquestal (Luis Enriquez Bacalov) o versionaban piezas clásicas en rock (el caso del single “Una notte sul Monte Calvo/Somewhere” de 1974, versionado por una escisión del grupo New Trolls). El período 1973-1976 fue muy prolífico, y la mayoría de discos clásicos del género en Italia pertenecen a estos años: “Felona e Sorona” (1973) de Le Orme, “Contaminazione” (1973) de Il Rovescio della Medaglia, “Intorno alla mia cattiva educazione” (1974) de Alusa Fallax, el homónimo de Alphataurus (1973), “Arbeit macht frei” (1973) de Area y un largo etcétera de clásicos. Todos ellos son discos que mezclan una instrumentación atípica con las guitarras eléctricas, con letras en italiano, con melodías muy elaboradas y un regusto sinfónico innegable. El esplendor del género, con todo, llegó a su fin para 1977, cuando se editó una de las mejores joyas del género: “Forse le lucciole non si amano più” de los Locanda delle Fate.
El progresivo italiano murió junto al progresivo inglés, y coincidió también con un final de época a nivel social y cultural. Si el prog rock italiano creó una escuela propia fue precisamente porque se juntaron dos tendencias en él: la rebelión juvenil propia de los movimientos estudiantiles de finales de los sesenta, y una educación musical de conservatorio para muchos de sus músicos. En el prog rock, los jóvenes artistas italianos encontraron la oportunidad de su vida, y es que parecía que esa música que venía de Inglaterra estuviera hecha especialmente para ellos. El prog rock italiano, a pesar de todo, duró poco más de lo que tarda una generación de jóvenes en hacerse adulta. Más allá de un revival en los años noventa, y de un inesperado éxito entre los coleccionistas japoneses de hace unas décadas, toda esta escena tendría que esperar al nuevo milenio para ser desenterrada, revalorizada y revivida internacionalmente. Actualmente, muchas bandas míticas se han reunido (Trip, Osanna, Museo Rosenbach, Alphataurus…), y los discos clásicos del género en Italia no son sólo para coleccionistas: gracias a internet, el prog rock italiano disfruta de una cierta consideración entre oyentes anglosajones, un público que, paradójicamente, el género jamás logró captar en sus orígenes.
He empezado este reportaje con unas líneas sobre la multiculturalidad del rock. Como he intentado explicar a lo largo del escrito, el prog rock italiano fue un estilo cien por cien auténtico y único, derivado de los maestros ingleses pero con una hoja de ruta muy particular. Una ola gigantesca surgida de lo inesperado en la que convergieron factores musicales, sociales y culturales muy diversos. Hoy, en 2014, qué menos que rendir un pequeño homenaje a estos artistas desde este lado del Mediterráneo. Sólo espero que los gocéis tanto como yo.
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Jaume «MrBison»