Editorial Febrero 2023 “Días de radio”

¡ Comparte esta noticia !

Os voy a contar una historia: Érase una vez un tierno infante que descubrió lo que era el Hard Rock. Ocurrió en casa de un amigo, en una fecha indeterminada a finales de los años ’70. Si bien no recuerdo con exactitud el día, sí recuerdo la secuencia de los hechos como si hubiera sido ayer.

Sin ningún antecedente rockero en mi familia, mi único contacto con algo que se asemejara al Rock había sido algo tan inocente como casual. Los pocos discos que había en mi casa eran de Zarzuela o Julio Iglesias, propiedad de mis padres, la mayoría singles, esos pequeños vinilos de 45 r.p.m. con una canción por cada cara que se compraban por la canción de la cara A y cuya cara B casi siempre era ignorada.

Desde siempre yo mostré afición por la música e incluso tenía un pequeño talento para sacar melodías con casi cualquier instrumento que cayera en mis manos. En mis ratos libres iba poniendo aquellos singles en un pequeño tocadiscos portátil con forma de maletín, cuya tapa era un altavoz monoaural que sonaba fatal. Pero como no tenía con qué comparar, ni me daba cuenta de que aquello sonaba a lata. Sin ningún tipo de adiestramiento musical, yo me limitaba a poner los discos e, inconscientemente, iba seleccionando los que me gustaban para ponerlos más veces. En aquella época, algunas marcas comerciales regalaban discos con sus productos, con fines publicitarios. En ellos se podían escuchar una o dos canciones, además de un jingle publicitario. Algunas de estas marcas eran Pepsi, Mirinda y Fundador, una marca de brandy de Jerez.

En uno de aquellos “Discos sorpresa” de Fundador descubrí una canción que, sin saber por qué, me enganchaba. El grupo se llamaba Los Llopis y la canción era “Estremécete”. Esa canción tenía “un no sé qué, que qué se yo, que yo qué sé” que me enganchó. Muchos años después supe que Los Llopis eran cubanos y aquel “Estremécete” era, en realidad, una versión en castellano de un tema llamado “All Shook Up”, original de Elvis Presley. Primer aviso.

El segundo aviso lo tuve en el colegio, ya que un compañero de clase tenía un hermano mayor que era “pipa” (ahora se dice roadie) de un grupo de Rock & Roll que lo estaba petando. Ese grupo se llamaba Tequila y nuestro compañero no hacía más que hablar de ellos. Era Rock and Roll sencillo y directo, fácil y pegadizo, que conquistaba mi coranzoncito adolescente.

El tercer aviso fue el definitivo, ese mismo año. Un amigo me invitó a su casa para escuchar algo que había descubierto gracias a su hermano, varios años mayor que él. Teníamos 13 años y cualquier cosa que les gustara a los de 18 nos hacía sentirnos mayores. Recuerdo con claridad entrar en su habitación, enchufar su tocadiscos (mejor que el mío, ya que no era portátil) y poner un disco de los grandes, un L.P. (también me enteré años más tarde que aquello quería decir Long Play). Aquel disco era muy raro, ya que ni en la portada, ni en la contraportada ni en ninguna otra parte aparecía ni el nombre del grupo ni el nombre del disco.

Mi amigo David eligió la canción que quería poner y empezó a sonar una guitarra acústica, luego una flauta… y una voz que cantaba de forma suave pero muy diferente a lo que yo había escuchado jamás. Recuerdo que David me decía “verás ahora cuando entre la batería”. Pero la batería no entraba nunca. La canción seguía hasta que, en un momento, el cantante decía “ououououoooh” y David dijo “¡ahora!” Y efectivamente, entraba la batería con la misma fuerza que aquella canción entró en mi corazón para no salir jamás.

Tras escuchar la larga canción varias veces, en bucle, le pregunté a mi amigo David:

  • ¿Cómo se llama esta canción?
  • “Stairway to Heaven”
  • ¿y el disco?
  • “Led Zeppelin IV”

Me fui a mi casa con la canción metida en la cabeza. Al día siguiente le dije a mis padres que me quería comprar un disco, de forma insistente. Sólo había escuchado esa canción, pero sabía que lo quería.

A mis padres les hizo gracia esta nueva inquietud musical y pocos días después mi padre me llevó a El Corte Inglés, donde busqué aquel disco hasta encontrarlo. Y mi padre me lo compró. Creo que ha sido el regalo más determinante que me hizo mi padre en su vida.

Lo demás ya vino rodado. Aquel disco me lo aprendí de memoria y descubrí que todas sus otras canciones también me gustaban, me hacían sentir diferente. Había encontrado mi sitio. Pronto le pedí a mi amigo que me recomendara otro disco y, previa consulta con su hermano mayor, me dio el nombre de uno de los discos de mi vida:

  • Que se compre uno que se llama “Made in Japan”, de Deep Purple. Es en directo.

Aquel disco fue definitivo. La puerta estaba abierta y nunca más se cerraría. Pronto las recomendaciones de mi amigo se quedarían cortas y descubrí el apasionante mundo de la radio, concretamente un programa maravilloso llamado “El Búho Musical”, conducido por Paco Pérez Bryan (actual director de Los Conciertos de La 2) y que me mostró un mundo ante mi que ya nunca dejaría.

El resto es historia. El Hard Rock y el Heavy Metal despegaron en España a la vez que mi pasión personal. Una nueva revista llamada “Heavy Rock” se convirtió en nuestra Biblia, una fuente de información mensual que yo compraba desde el número 1 (con la portada dedicada a Saxon con el titular “Los rompepelotas”).

En mis escuchas radiofónicas, “El Búho Musical” dio paso a “La Emisión Pirata” y el “Disco-Cross” de Mariano García, que se convirtieron en la opción idónea para descubrir nuevos grupos, nuevos discos, nuevas canciones. Y en mi círculo de amigos cada día había más rockeros, con lo que muchas de mis conversaciones habituales eran sobre Rock.

Cuando cumplí 18 años me planteé estudiar periodismo para dedicar mi vida de forma profesional a hablar de música. Sin embargo, algo dentro de mí me empujó a tomar una decisión sorprendentemente madura a esa edad, ya que no vi clara la viabilidad económica del periodismo musical. Me dedicaría a otra cosa y, si las cosas me iban bien, algo podría hacer al respecto después, aunque fuera como hobby.

Los años pasaron. A base de leer, escuchar, analizar y hablar con los que sabían más que yo, fui depurando mis gustos y mi propio criterio. Y llegó Internet. Y con él un mundo nuevo lleno de posibilidades. Primero fueron los foros. Luego las webs especializadas. En el año 2000 entablé contacto con una de las primeras, Thesentinelwebmag.com, y al cabo de un año me invitaron a unirme a la aventura para ir publicando artículos hablando de música.

Pero yo tenía una espinita clavada. Había crecido escuchando en la radio a Paco Pérez Bryan, al Mariscal Romero, al Pirata, a Mariano García… y ese mundo me llamaba la atención. ¿Sería yo capaz de hacer algo así?

Se acaban de cumpir 10 años desde que LHMagazin me dio la oportunidad de cumplir ese sueño. Desde entonces Radio The Sentinel es una cita semanal en la que cumplo aquel sueño de adolescencia. Muchos de aquellos músicos que yo veía en las revistas o escuchaba en la radio son ahora amigos míos. Otros son conocidos con los que tengo una relación “profesional” y hasta hay alguno que me ha retirado el saludo por no opinar de su disco todo lo bien que él hubiera querido.

Pero hoy, cuando echo la vista atrás, tras 22 años en la web y cuando se acaba de cumplir el 10º aniversario del programa de radio, veo a aquel adolescente que escuchaba con asombro “Stairway To Heaven” o “Child In Time” y estaba deseando que en su aparato de radio sonase el “Kneon Nights” para sumergirse en un aluvión de sensaciones que siempre me han hecho sentir que este es mi sitio.

Perdonad el tostón, hoy tengo el día melancólico

Santi Fernández “Shan Tee”