Editorial Marzo 2021 “Un año después”

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Ahora se cumple un año desde que la vida nos cambió por completo. Corría el mes de marzo de 2020 cuando nos explotó en la cara aquel virus que sólo afectaba a una región de China de la que nunca habíamos oído hablar. Pocos intuían la magnitud del desastre ya que, como el cuento del Lobo, los avisos anteriores habían quedado en poca cosa: la Gripe A, el Ébola… nos habían metido miedo y al final no fue para tanto. Pero llegó el Lobo en forma de Coronavirus y su enfermedad, la Covid-19, está arrasando el mundo, en una pandemia de características desconocidas desde la Gripe Española de 1918.

Enfermedad, muerte, y ruina económica. Pocos se han librado de al menos alguna de estas graves consecuencias. Y los que han tenido la fortuna de esquivar estas tres desgracias en su persona o entorno más cercano, han visto sus vidas condicionadas por los confinamientos, uso de mascarillas, aislamiento social…

Algunos ilusos pensaban que el ser humano se iba a unir ante la desgracia e íbamos a salir mejores de todo esto. Craso error. La sociedad, la gente, las personas… estamos cada día más irascibles, más polarizados. Como si tuviéramos la necesidad de echar la culpa a alguien, buscamos la incompetencia en todos los estamentos y los atacamos con dureza. Sí, los gobernantes se han equivocado y eso ha costado vidas. El tratamiento de la pandemia ha sido malo, sin duda. Como defensor de pleitos pobres, quiero pensar que su intención ha sido buena y que los errores (muchos de ellos graves) han sido debidos a la improvisación con la que se han tenido que tomar unas medidas frente a un problema ante el cual nadie estaba preparado. Y, no os engañéis, de eso nadie se salva, ni los políticos de cualquier signo ni la gente de a pie, basta con ver cuántas personas se han saltado a la torera las normas recomendadas e incluso las obligatorias. Hagamos todos examen de conciencia y, además de protestar lícitamente por los fallos de nuestros gobernantes, sepamos admitir lo que cada uno de nosotros hemos hecho mal para atajar este drama. Todo esto puede extrapolarse fuera de nuestras fronteras, donde no parece que las cosas vayan mejor. Algunos países más y otros menos, todos están teniendo los mismos errores que aquí y sufriendo un número de víctimas similar.

Esta es una web de música y quiero centrarme en ello. Llevamos un año sin conciertos, excepto eventos puntuales de algunos músicos y promotores increíblemente valientes al organizar bolos en estas circunstancias. Los lanzamientos de nuevos discos también han caído, por un lado por la dificultad de los músicos para ponerse a grabar y por otro por la imposibilidad de hacer conciertos ni eventos de promoción. Los músicos, uno de los gremios más perjudicados por esta situación, han sido olvidados por las administraciones públicas y, en muchos casos, han tenido que buscarse la vida en otras ocupaciones. Como triste tabla de salvación, la precaria situación del rock nacional ya había obligado a muchos músicos a tener un trabajo al margen de la música que les garantizara las habichuelas. En esos casos, ya depende de cual sea ese sector para saber cuánto les ha afectado a nivel laboral. En los casos de músicos profesionales, promotores, managers, técnicos de todo tipo… la ruina es absoluta.

Por si fuera poco, el mundo (o mundillo) del rock está sufriendo los mismos problemas de relaciones interpersonales que sufre el resto de la sociedad, con el agravante de que aquí somos mucho menos numerosos, y se supone que tenemos una pasión común que nos debería unir. Al contrario, los enfrentamientos entre algunos músicos, promotores y medios de comunicación han sido notorios y especialmente agrios. Unos conflictos que ya existían pero que esta situación ha magnificado.

Sinceramente, creo que The Sentinel está haciendo un esfuerzo por no caer en ese error. Para bien o para mal, la web lleva años únicamente en mis manos, con lo cual todas las decisiones, buenas y malas, son mías. Quedaron atrás los tiempos en los que el staff estaba compuesto por más personas y el peso se repartía. En honor a la verdad, echo de menos aquellos tiempos, pero las cosas son como son. Y bastante tengo con haber superado la enfermedad y sacar adelante la web y el programa de radio, para meterme en disputas banales. Llevo, como la mayoría de vosotros, 12 meses sin ver un concierto (con la excepción de un único show de Asfalto el pasado verano) y sin apenas ver a la mayoría de mis amigos, músicos y no músicos, a los que echo de menos.

Quiero creer que estamos empezando a ver el final de todo esto. Aún queda mucho tiempo, pero la llegada (por fin) de las vacunas es la tabla de salvación a las que nos tenemos que agarrar para pensar que vamos a recuperar nuestras vidas en algún momento.

Ojalá saquemos algún aprendizaje de todo esto. Que sepamos lo que nos hemos perdido y en su día no valoramos. Desde hace varios años nos hemos estado quejando de la actitud de buena parte del público en los conciertos, sin pasión, con frialdad y, demasiadas veces, ignorando al grupo que lo estaba dando todo sobre el escenario, hablando de nuestras cosas mientras rompemos un momento mágico. Ojalá que cuando volvamos a los conciertos sepamos dar una oportunidad al grupo telonero en vez de esperar fuera del recinto hasta que vaya a empezar la banda principal. Que no haya un alboroto de conversaciones y risas cuando el cantante de turno hable con el público o el grupo interprete un tema suave, donde se nota más la interrupción. Que, además de pagar un pastizal por ver a grupos internacionales consagrados (cada uno gasta su dinero en lo que quiere, faltaría más), también nos acerquemos a las pequeñas salas donde actúan grupos con menos poder de convocatoria pero con las mismas ganas (o más) de proporcionarnos una experiencia musical inolvidable.

Espero que todos recuperemos nuestras vidas. Y cuanto llegue ese momento, que hayamos tenido las menores bajas posibles. Como consejo personal, huid de negacionistas, antivacunas y personas que no creen a los científicos pero sí a charlatanes de youtube. Cuidaos mucho, el mundo del rock es pequeño y no queremos que falte nadie. Para que cuando volvamos a un concierto, sobre todo en esos bolos de grupos nacionales en salas pequeñas donde nos suenan todas las caras del público, nos volvamos a reencontrar sin que nadie nos tenga que decir “¿te acuerdas de Fulainito? se lo llevó la Covid”.

Larga vida al Rock and Roll. Y a los rockeros. Ahora más que nunca.

Santi Fernández “Shan Tee”