Editorial Junio 2019 “Smartphonemanía”

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Hace unos días se han propagado por internet unas imágenes tomadas durante un concierto de Judas Priest en las que Rob Halford le pega una patada a un móvil que le estaba constantemente grabando y enfocando con su luz desde las primeras filas. Dejando a un lado la técnica futbolera de Halford que envió el iPhone del susodicho espectador a mitad del recinto describiendo una bonita parábola, esta situación está empezando a ser cada vez más común entre los músicos, sobre todo los más veteranos. Son muchos, nacionales y extranjeros, quienes ya han levantado la voz contra esta práctica.

No seré yo quien les quite la razón. Con la tecnología a nuestro alcance, es razonable recurrir a nuestro teléfono móvil para hacer un par de fotos de recuerdo del concierto que estamos viendo. Lejos quedan los tiempos en los que era una odisea entrar a un concierto con una pequeña cámara de fotos, ya fuera para tener un recuerdo o para hacer una crónica para un medio no acreditado. En The Sentinel sabíamos mucho de eso, en nuestros primeros años.

Los tiempos han cambiado y no se pueden poner puertas al campo. Es inviable requisar los teléfonos móviles a los asistentes a los conciertos, aun sabiendo que todos ellos tienen integradas cámaras de vídeo y fotos, más una luz de flash cada vez más potente. Y, por supuesto, eso supone resignarse a que la red se llene de multitud fotos y vídeos de calidad ínfima de cada concierto que se realiza en el mundo.

Como siempre en esta vida, el problema no está en el uso sino en el abuso. Igual que en otras ocasiones me he quejado de la actitud de buena parte del público en los conciertos, en relación a los que se pasan todo el rato charlando con el compañero sin hacer caso a lo que sucede en el escenario y molestando a los demás, en esta ocasión quiero referirme a aquellos que se pasan todo el concierto con el móvil en la mano.

Y, sin duda, es molesto. Durante el concierto, los músicos reciben directamente la luz de flashes cada día más potentes, amén de tener la sensación de que esos espectadores están más pendientes de esa grabación que de disfrutar con la música. Además, cada móvil que se levanta para hacer fotos o vídeos molesta directamente a los espectadores que hay detrás de él. Si fuera algo puntual no sería problema, pero es habitual encontrar a buena parte de la audiencia grabando sin parar durante todo el concierto. Vídeos, fotos, incluso un selfie con el grupo tocando de fondo. Importa más publicar en redes sociales que estamos en el concierto que disfrutar del concierto en sí.

A partir del día siguiente del concierto, la red se llena de fotos y vídeos con calidad nula que dan una imagen distorsionada de lo que fue el show. Lejos de ayudar al grupo, dan la impresión de que, sobre todo a nivel de sonido, el concierto fue un desastre.

No deja de ser curioso que, en los conciertos de aforo medio/alto, los medios de prensa con fotógrafos acreditados sólo podamos hacer fotografías sin flash, limitados a las 3 primeras canciones. Y, sin embargo, cualquier persona de las primeras filas puede estar todo el concierto haciendo fotos y vídeos, con el flash enfocando los ojos de los músicos, sin límite ni control.

Sé que es un lamento en el desierto. Si no he conseguido llamar la atención de aquellos que están todo el concierto de charla con el colega sin hacer caso a lo que sucede en el escenario, tampoco voy a convencer a nadie de que los momentos hay que disfrutarlos porque son únicos y fugaces, y que esa grabación nunca va a sustituir a la vivencia que te estás perdiendo por estar pendiente del aparatito, sin contar las molestias al grupo y al resto de público.

Pero si no lo digo, reviento.

Santi Fernández “Shan Tee”