La Historia del Heavy Metal

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Por Andrew O’Neill

La mañana del 7 de enero, desperté, me levanté y sobre la mesa del salón había, entre otras cosas, un objeto envuelto en papel marrón. Era este libro. No lo había pedido, pero conocía su existencia. Casualmente, unas semanas antes me habían hablado de él o, más concretamente, de su autor: inglés nacido en 1979, fan del heavy metal, guitarrista de la banda steampunk (¿qué cojones es el steampunk?) The men that will not blamed for nothing y humorista especializado en monólogos. Coincidiendo con la edición española de su libro y su correspondiente tour promocional, había sido entrevistado en un programa de horario nocturno de una cadena de ámbito estatal. Me pasaron el enlace y vi la entrevista vía internet.

En esa entrevista, Andrew me pareció un tipo que sabía jugar bien su papel: simpático y dicharachero, tenía claro a qué tipo de programa había ido y supo jugar con el entrevistador para que el público pasara un buen rato y riera, viéndosele cómodo bajo los focos. Venía a presentar su libro pero, básicamente, vino a promocionarse él. Andrew O’Neill, conocedor del medio, tenía claro qué imagen quería mostrar como reclamo para el libro. Más que utilizar el contenido del mismo como gancho para potenciales compradores (teniendo en cuenta, como es lógico, que uno espera llegar a un público lo más general posible y no solamente fan del heavy metal), el gancho fue él.

He de reconocer que más allá de pasar un rato entretenido viendo la entrevista, su labor comercial no funcionó conmigo. No consiguió que pensara “quiero leerme ese libro”. Aunque el tono distendido no está necesariamente reñido con la rigurosidad, temí que este “La historia del Heavy Metal” fuese un libro de un tipo que pretende ser gracioso más que un trabajo antropológico, sociológico y de análisis cultural que pretendiese hacer un repaso histórico a la evolución de ésta nuestra música.

Los Reyes Magos desconocían por completo mis antecedentes con Andrew O’Neill y su libro y, conocedores de mi gusto por este tipo de publicaciones, consideraron que era una buena lectura para arrancar el año. Así que ya con el libro en mis manos, pensé que nada mejor que leerlo para confirmar o desmentir las sensaciones que la entrevista me había sugerido.

Y lo empecé. Y empezó mal, francamente mal. Superando incluso mis peores temores. La primera frase del libro dice, literalmente: “En el mundo hay dos tipos de personas: los fans del Heavy Metal y los gilipollas”. El libro está, además, plagado de notas a pie de página que no son lo que en principio se supone que deben ser las notas a pie de página; esto es, comentarios o puntualizaciones complementarias o aclaratorias de lo que se dice en el cuerpo del texto, sino básicamente chistes o chascarrillos pretendidamente graciosos como “imagínate a tu abuela haciendo air guitar con una escoba”, “Lars es un capullo” o “Ajá, has oído bien, estoy casado. Conseguí engañar a una mujer para que me encontrara atractivo”. A mí esos comentarios, que no han hecho más que distraerme, pueden resultarme divertidos e ingeniosos en un monólogo de humor tipo “El club de la comedia” pero no en un libro titulado “La historia del heavy metal”, al menos no es eso lo que yo espero de este tipo de libros.

Y es que, en verdad, el título de esta obra está mal. Esto no es “LA” historia del Heavy Metal. Es, si acaso, la historia de Andrew CON el Heavy Metal. Como cada uno de nosotros tenemos nuestra propia historia con este género musical. En defensa de Andrew O’Neill, hay que decir que él no engaña a nadie. La versión original de esta obra se titula “A History Of Heavy Metal”, es decir, una historia y no la historia. Una historia más, personal, vivencial de la relación con este género. La historia que cada uno de nosotros podríamos haber escrito de nuestra relación pasional con la música. Así que, hay que decirlo, mal hecho por parte de la persona o personas que pensaron que cambiar el sentido de este libro (porque eso es lo que se consigue cambiando “la” por “una”) para su edición en castellano era una buena idea. Empezando porque el título mismo ya determina el lugar en el que deberá ser expuesto en las librerías que lo vendan y terminando porque así evitamos confundir al personal.

Ahora bien, tampoco sería cierto decir que no hay en el libro un repaso cronológico a la evolución del género desde sus antecedentes hasta nuestros días. Abarcando (eso sí) una biografía ligada al vínculo limitante de Andrew como fan y a sus vivencias, filias y fobias. He de decir que, una vez se acepta como lector cuál es la perspectiva desde la que se enfoca el libro, éste resulta más interesante. Andrew sabe hilar, sustentar y reseñar una cronología, y delimita de forma muy clara lo que para él es y no es Heavy Metal. Unas fronteras que yo también comparto.

Andrew O’Neill relata esta cronología dejando claro desde el principio que el Heavy, como hecho cultural, fue apareciendo con coletazos, con detalles ya antes de que el Heavy se estableciera o etiquetase como género con entidad propia, y define el debut homónimo de Black Sabbath como el primer trabajo netamente de Heavy Metal. Pasa luego por la NWOBHM deteniéndose menos de lo que cabría esperar y destacando mucho más a Venom que a Iron Maiden como palancas de cambio en la evolución del género. En esta cronología en concreto, hacia lo que fue uno de sus “primeros hijos”: el Black Metal.

Andrew es fan de lo que se etiqueta como “metal extremo” y eso se nota a lo largo de todo el libro. Nos cuenta el nacimiento cuasi en paralelo del Black y el primer Thrash europeo y de ahí salta a los EUA, donde hace un interesante análisis de su surgimiento, del peso del Punk y de la influencia del Hardcore, de la proliferación de los cada vez más numerosos tentáculos del Heavy, entre ellos del “puto Glam”(sic), de la inevitable evolución del Thrash hacia el Death Metal en esa carrera sin fin por ser aún más extremos, del contrapunto que supuso la segunda ola del Black Metal, de la revolución que supusieron los noventa con la aparición del Grunge (Nirvana o Pearl Jam) como contestación a la laca del Glam o del Groove Metal (Pantera) como nuevo subgénero (o mera evolución) del Thrash. O’Neill llega y sitúa la frontera de los límites de lo que puede ser llamado Heavy Metal en lo que denominamos Nu Metal y Rap Metal: más allá de ahí el Heavy no puede evolucionar más, ya es otra cosa. A partir de ahí vamos al Metalcore o a grupos jóvenes que vuelven la vista atrás, fijándose en los pioneros y reproduciendo el género tal y como se practicaba en los ‘80.

Hay que entender que Andrew O’Neill no se refiere ni entiende la etiqueta “Heavy Metal” como algo ceñido exclusivamente a aquel género que explotó a principios de los ‘80 y que hoy denominamos “clásico”, sino que engloba bajo ese paraguas a todos los estilos y sub estilos que emanan de él. Yo estoy de acuerdo en eso. Cuando a mí me preguntan qué música me gusta, no digo “el Metal” en un intento de abarcar más allá del Heavy clásico, sino que digo que me gusta “el heavy”, y con ese término englobo al Heavy Metal, al Hard Rock, al Thrash, al Speed, al Power e incluso al Doom, entre otros tantos. También podría decir que me gusta, sencillamente, el Rock Duro y mucho de lo que se deriva de él.

En conclusión: “La historia del Heavy Metal” de Andrew O’Neill no es un libro adecuado para quien pretenda leer un análisis objetivo de la evolución de esta música y está muy lejos de ser completo (si es que eso es posible). Más allá del breve capítulo sobre la NWOBHM, al espacio para el Black Metal noruego y a pinceladas sobre el primigenio Thrash alemán, apenas dedica un párrafo al Heavy en Europa, obviando su indiscutible importancia, influencia e historia, estando mucho más centrado en lo extremo porque, como queda claro con la lectura del libro, es lo que a él le gusta. Ahora bien, lo que cuenta tiene mucho sentido y, si tienes curiosidad por conocer o ampliar tus conocimientos sobre la evolución e influencias de los sonidos que llevan hasta las fronteras de lo que es y no es Heavy, este es un buen libro, bien documentado y de lectura nada farragosa. Eso sí, ni te distraigas ni pierdas el tiempo con las numerosísimas “notas” a pie de página: distraen, no aportan absolutamente nada a la obra e incluso puede que en algún momento te den ganas de tirar el libro por la ventana.

Jebimetal