ROSE TATTOO + GUTBUCKET – Sábado 31 de marzo de 2007, sala Heineken (Madrid)

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Concierto de turno. Llegas a la hora anunciada. Tertulia improvisada entre colegas. Matar el tiempo en grata compañía. Palabras por compartir. Pensar, abstraerse, mirar y observar si tu acompañante se llama soledad. Sentir el frío. O el calor. Las lagrimas del cielo o de tu cabeza. Espera. Siempre la maldita espera.

Entrada anticipada en la tristeza del sin color. Blanco y negro. Alguno guarda entre las manos, cual tesoro, un arco iris rectangular. Pero ambas, la suya y la mía, tienen el mismo valor mercantil.

Locales para deleite de degustadores de ritmos enlatados, danzarines del momento. No para disfrutar de la música y los músicos en vivo. Puntos visuales muertos. Suelos resonantes. Oasis en mitad de ningún desierto. Escenografía para olores de mercancías adquiridas al camello de turno. Oasis donde acabar con la sed. Agujero de bolsillos. Escarnio para presidentes de gobierno desinformados. ¿Cuánto cuesta un café? ¿y una cerveza? Es nuestro café. Porque es cerveza. Si, cerveza a precio de escocés.

Bailando al son de los que te preceden. Ahora la cabezota a la derecha, un servidor a la izquierda. Ahora al contrario. ¿No venía a bailar al son de esos que están en el escenario? Paradojas. Pagar una entrada no te da ningún derecho a ver el espectáculo.

Retomo este escrito pasados unos días. Corregir frases, expresiones, incluir algún hecho pasado por alto en el ardor del post concierto, rescatado por la memoria. El nuevo mes ha traído una nueva editorial al webzine. El colega Starbreaker, autor de la misma, también anda algo enajenado por nuestros “amigos” los promotores.

Apertura de puertas a las 7 de la tarde, dice la entrada. No se pierde en la memoria la última espera. Poco más de un mes. Media hora de retraso a la señalada por el promotor de turno. Y no será la primera, ni será la última ocasión. Llego poco después de las ocho. Hoy no me tocará esperar. Es más, llego tarde. El ruido procedente del interior así me lo revela. Madrugador, olvida la ayuda divina. Paciencia, rescáteme, pero hazlo ya. Eso decían Les Luthiers. Si el reloj se adelanta a tus pasos, no hay necesidad de bolas de cristal. Intuyes el futuro más cercano. Otra maldita lotería esquiva de tu suerte.

Los GUTBUCKET están sobre el escenario. Unos desconocidos, imagino, para casi todos los presentes, un cuarto del aforo. Son un cuarteto clásico: guitarra, bajo, batería y cantante. No me llaman la atención ni lo escuchado, ni lo visto. Al menos, el sonido es óptimo. El resto de los asistentes parecen complacidos. Termina el tema y se ganan un animado aplauso. El rubio vocalista da las gracias y presenta en un correcto castellano. Otro “mallorquín”, pienso, mientras declara, vienen desde su Alemania natal a tocarnos un poquito de Rock and Roll. ¡Coño! Eres el telonero y esto es un concierto de rock. ¿Qué has perdido? ¿La playa de Madrid?

No son unos primerizos, se nota las tablas, pero tampoco son capaces de provocarme el menor entusiasmo por su propuesta. Hard Rock and Roll, si quieres llamarlo de alguna manera. Algún riff sabbáthico, unas gotas mamadas de Lemmy y sus chicos, ramalazos ramonianos, wha-wha a diestro y siniestro en los escasos solos… ¿esto es lo que llaman stoner? Pues son stoner. Lo asocio a los Dictators. Es el grupo con una propuesta más semejante, visto con anterioridad por este junta letras aficionado. Incluso, recuerdan, por momentos, al cabeza de cartel de la noche. Para colmo, las baterías están contiguas en su disposición. Las dos presentan casi los mismos elementos, varían en la posición de algún plato, y el baqueteador de los germanos es zurdo, inverso al australiano. Si no fuera por el color de ambas, podríamos pensar estar viendo un espejismo.

A casi diez minutos de las nueve, se despiden de un público que ha ido perdiendo fuelle en sus aplausos conforme los temas iban cayendo. Visto la hora, sospecho, aparecí con el primer tema de la descarga.

Al término del concierto de los aussies, me agencio su disco, “Blood Brothers”, recomendación al canto, motivo de la presente gira, y descubro la causa de la presencia de los alemanes. Son compañeros de sello. La publicidad en su interior lo desvela.

La Rosa Tatuada fue uno de los primeros grupos en endurecerme las orejotas cuando era un tierno adolescente. De ahí las ganas de ver al grupo sobre un escenario. La primera, y última vez, que aterrizaron por Madrid fue en un ya lejano 1982. Entonces, profanaron el templo de las modernidades, o moderneces de la movida madrileña, el Rockola. Desde entonces, sólo habían vuelto a pisar nuestro país, hará cuatro o cinco años, para una única descarga en el norte. Es todo una suposición, deberían haber tocado en Barcelona, uno o dos días antes, pero mis narices se dieron de bruces contra un local abierto a otro acontecimiento. Suspendido, sin anuncio, sin explicaciones. Por una vez, una coincidencia de eventos me llevaron a Barcelona pero el viaje no pudo terminar de la manera esperada.

El grupo siempre estuvo a la sombra, demasiado larga, de sus compatriotas, Angus y compañía. Una imagen que les hermanaba a uno de sus valedores, Bon Scott, quien les echo una manita, junto a Angus, para lograr el tan ansiado contrato discográfico. En la misma Compañía, como no. Misma manera de entender el Rock. Mismos estudios de grabación y productores, el dúo Vanda-Young, con el consiguiente reflejo en su sonido. Y, también hay que decirlo, algún riff heredado, o robado, a sus amigos y, en alguna ocasión, compañeros de escenario. Seguramente, también de correrías. Al igual al tatuado Bon, los miembros de la Rosa también tenían fama por su amistad con la botella. A pesar de patearse los escenarios de Europa y USA, a finales de los ‘70, primeros ‘80, nunca pudieron sacarse el sambenito de ser comparados a sus compatriotas y terminaron por tirar la toalla tras el tercer disco, “Scarred For Life”. Como he dicho con anterioridad, la sombra del colegial y compañía oscureció a toda una generación de bandas. Ningún grupo australiano de Rock de la época logró conseguir labrarse una carrera fuera del continente austral. Ni siquiera el grupo más grande de Australia, Cold Chisel, disgregados a la par de la Rosa. Angry sacó un cuarto disco con otros músicos, bajo el nombre de la banda, pudiéndose contabilizar como disco del solista.

El cáncer es otro escollo en su historia. La terrible enfermedad se ha llevado por delante a tres históricos de los Tatts, entre ellos, el fundador y co-líder, Pete Wells. Angry no hace sino seguir los anhelos de éste, quien antes de fallecer, expreso su deseo en la continuidad de los tatuados, tras la reunión de final del siglo pasado.

El local se ha ido llenando durante la actuación del telonero y el intermedio. Para cuando los australianos aborden el escenario, el lleno se rozará. No será total, lo cual significa espacio y aire para todos. En otras palabras, comodidad sin agobio.

Sin fanfarrias ni introducciones de ningún tipo, salen al escenario con naturalidad, como si el escenario fuese una estancia más en su devenir diario. Un único telón, con su logotipo de toda la vida, las serpientes y la rosa, y su nombre adornan el escenario. Saludan con la familiaridad de quien lo hace con viejos y conocidos amigos. Vaso en mano, o botella, a gusto del consumidor. Haciendo honor a la fama arrastrada desde tiempos que se pierden en mi memoria, en viejas revistas de inicio de los ochenta. Veríamos si también conservaban, a estas alturas, y a estas edades, la de salvajes. Famosa es su actuación en el festival de Reading, por entonces. Angry con la frente abierta y manando sangre por una caída. Algo que debía ser habitual. En Madrid, en su primera visita, también se cayó del escenario con idéntico resultado.

Paul DeMarco se coloca en un kit bastante básico de batería. Mick Cocks, uno de los supervivientes, con su Les Paul, a la derecha del escenario. A su lado, ese catálogo de tatuajes andante y bajista, Stephen King. Nada que ver con el escritor y cuyo rostro me recuerda al pseudo-humorista hispano Antonio Ozores. Podría pasar por su hermano macarra. Por el otro lado, King, tiene al otro miembro original y superviviente, el pequeño y fornido, y también tatuado hasta las cejas, Angry Anderson. En el extremo izquierdo, el otro guitarrista, Dai Pritchard. Dai ha recogido el testigo del fallecido Wells con la slide, característica de la personalidad sonora de la banda. La aportación de Dai le da un toque algo más metálico al grupo, pero con el peculiar sonido del tubo siempre presente. Durante la instalación de los micros, en el intermedio, intuimos la diferencia de estatura del vocalista y sus acompañantes. Con la banda sobre el escenario, es evidente. Angry parece estar entre las torres gemelas.

“Man About Town”, de su último disco, es el primer tema de la noche. La banda suena contundente. A la caja de la batería le falta algo de presencia y los primeros coros se intuyen pero no se oyen. El poderoso sonido recuerda al disco. Contar con Mark Opitz, el veterano y mítico productor australiano, ha sido un acierto. El anterior disco de estudio, “Pain”, con producción alemana, tenía un sonido demasiado limpio y pulido, quizá moderno, para la rotundidad de la banda. El público parece algo descolocado ante el tema nuevo.

“One Of The Boys”, de su primer disco, el que abría la cara B, tiempos de vinilo, y la gente responde con entusiasmo desde la primera nota. Esto se caldea. La caja, machacada sin piedad por Paul, recupera el protagonismo rítmico perdido en el primer tema y los micros ya no son un adorno más. Eso sí, la banda sigue en un plan algo apático y frío. Pese a ello, la ejecución es impecable.

Angry, bautizado Gary, nombre que únicamente utiliza su madre, no tiene ningún complejo con su aspecto. Aprende, Biff. A su típica imagen con la cabeza afeitada, le suma un mono de trabajo blanco, con las mangas cortadas y los botones delanteros abiertos, mostrando una aparatosa barriga. Sabiendo que trabaja limpiando casas, o de fontanero, para complementar los ingresos de la música y llegar a fin de mes, que está divorciado y con él viven tres de sus hijos, cualquiera podría pensar que ha estado arreglando, o limpiando, los servicios de la sala inmediatamente antes de salir directo al escenario. Los demás sí siguen un estereotipo más acorde a los cánones roqueros. Cueros, vaqueros, camisetas… y esos tatuajes imprimiendo una imagen de banda. Pero no de música, sino de arrabal. Mejor estén de tú lado. No sé si el Anderson tiene más perímetro de bíceps o de cabeza. Eso el “pequeñín”, de las torres ni hablamos. Ya lo dice la letra del siguiente tema. “No me gustan los problemas, pero si es tu juego, sabes donde tienes que buscarme”. “Black Eyed Bruiser” es su título. Anticipada como single el año pasado, es versión de un viejo tema compuesto por los ex-Easybeats, Vanda & Young, para el ex-vocalista de esa banda, Steve Wright. El pasado sigue presente.

Hermanos, hermanas, en inglés, por supuesto, será el repetitivo discurso durante la noche de Angry. Recuerda el tiempo, demasiado, en acercarse de nuevo por aquí. Nos lo volverá a recordar más tarde. Por si nos falla la memoria. O la suya no da para más. Nueva locura del público. Llega un clásico de la banda, “Rock’n’Roll Outlaw”. Discurso de amor y libertad. Es hora de “1854”. El tema más comercial, si se puede decir así, de su nueva oferta. La canción repasa la única rebelión armada en la corta historia de su país. Vuelta al pasado con “Bad Boy For Love”. La tónica sigue. Algún arrebato de Dai, alguna mirada de complicidad con las primeras filas de Cocks, los ánimos y palmadas de un Angry, apegado a su píe de micro, el pasotismo aparente de King y DeMarco machacando su instrumento sin piedad. Cierta sensación de distanciamiento, sin afectar a la enérgica ejecución de los temas. Suenan demoledores.

El nuevo, directo, corto y fantástico “Standover Man” da paso al tema título de su segundo álbum “Assault & Battery”, con otro de sus típicos estribillos, marca de la casa. King parece por momentos, fijando la vista en su mano derecha, un músico de Speed Metal por la velocidad que le imprime a la mano. Toca con púa. La izquierda se ancla, por tiempos, en una nota y adiós. Sobran, para todos, las filigranas. Esto Hard Rock simple, directo y a la cara. Rock’n’Roll, según ellos. Llámalo como quieras. Movemos las piernas, las caderas, tiempo para el primer disco y el tema “Tramp”. Casi en el final, Angry se nos “desmelena” y nos muestra su lado más salvaje en una especie de baile convulsivo. Más brothers and sisters, fucks, trago al vaso de ¿whisky?, eso parece, quien no a la botella directamente, el amigo King, cigarrillos en alguna boca, Angry marcándose un “Feel Like Making Love” en a capella, lo Bad siempre presente, y vuelta al último con la marcada y pesada “Sweet Meat”, en la línea de “The Butcher…”. Otra de nueva hornada “Once In A Lifetime” deudora, también, de ritmos pasados, con toda la personalidad de los Tatts.

Otro himno, y nuevo subidón de los congregados, “Rock’n’Roll Is King”. La rítmica “Nothing To Lose” cierra el repaso a su nueva obra. Siete temas de los once. Y escasos cuarenta minutos de obra. Como antaño. Para dejarte con ganas de más.

Estampa simpática, con el bajista King abrazando a Angry. Sólo le saca cabeza y media, quizás dos. Momento para el, hasta entonces, olvidado “Scarred For Life”, con el tema título y apertura del disco. Angry termina por los suelos y nos recuerda… a otro australiano de pantalones cortos. Reparto de botellas y más botellas de agua… para el público. Ellos siguen con sus “jarabes”. La máquina del ritmo, Cocks y, el propio, Angry son quienes reflejan, en mayor medida, los efectos del alcohol en sus movimientos y caras. Al principio se podía intuir. A estas alturas de concierto, es innegable.

Recta final con un trío de temas cortos, directos y rápidos, casi enlazados. “Manzil Madness”, la inesperada, sino es por el set-list ni me entero, “17 Stitches”, único acercamiento a “Pain”, y la mejor del trío, “Remedy”. Hora de la despedida, momentánea. Un “hasta la vista” y un “vaya con Dios”, en castellano, y el éxtasis colectivo con la presentación y ejecución de “Nice Boys (Don’t Play Rock’n’Roll)”. Por si no estaba claro. Termina el tema y la banda desaparece tras el pertinente adiós, algún apretón de manos y baño de masas, para Angry.

Tiempo de bis. Aparece Paul y, sentado tras sus tambores, empieza a marcar el ritmo de ese cruce entre Pedro Navaja y West Side Story a la australiana, “The Butcher And Fast Eddie”, nada que ver con el ex-compañero de Lemmy. Un tema lento, no, no hay tiempo para baladas en el repertorio de los aussies, y de cadencia machacona, contando la lucha de dos líderes de bandas barriobajeras, navajas y demás. Se suma King, sus tatuajes y su bajo y pronto aparece Cocks y el resto. Angry se desgañita como si le fuera la vida en ello. O las mismas vidas de los contendientes y protagonistas del tema. King abraza, de nuevo, al diminuto cantante, besándolo en la calva. El espigado bajista se lleva el dedo medio, alzado en un puño, como premio a su audacia.

Protagonismo para Cocks, en la entrada de “Astra Wally”, tomando el centro del escenario y haciendo gritar al público. El tema no lo hacen completo y, además, algo más acelerado. Lo segundo lo puedo pasar por alto. Si acaso, mis piernas me pasaran factura después. Lo primero si me disgusta. Quizás sea mi favorito de la banda.

Presentación del último tema de la noche, “We can’t be beaten”. Con Pritchard y King en plan guardaespaldas, nadie se jugaría el pellejo contradiciendo al vocalista. Finaliza la sesión con otro baño de masas, por las primeras filas, de Angry y despedida, desde en centro del escenario, abrazado a Cocks. Los Tatts más duraderos. Hasta la fecha.

Casi las once, marca el reloj, para un total de hora y cuarenta minutos. Cien minutos redondos. 21 temas. Podrían haber estirado la velada. Hecho en falta “Out Of This Place”. Acaso todos los presentes. Imperdonable. Como petición personal, “All The Lessons”. Algún protagonismo mayor a “Scarred For Life”, sólo dos temas, y sobraban temas oídos esta noche (“Mazel…”, “17…”), en mi opinión. Como demostraron, son una patada sónica en la cara. Algo más de implicación en el directo, esa apatía mencionada antes, y de responsabilidad, por parte de alguno, ese estado etílico, podría dar para un repertorio algo más extenso. Tampoco son tan mayores. El recuerdo de la energía de Biff es demasiado reciente.

Hora de recoger y recogerse. El ingeniero de sonido guarda el set list a un lado. Alza la vista y aprovecho para pedirlo. Estira la mano, invado el espacio del chaval de las luces y lo recojo. Le alzo el dedo pulgar en señal de agradecimiento. Sonríe y, rápidamente, alza la mano y me contesta con el mismo signo. Será por mi camiseta, un recuerdo del “Down Ander”. Hasta la próxima… si queréis volver. Dudo mucho, me vuelva a meter un día de vuelos para encontrarme un canguro cara a cara. Aunque vaya tatuado.

Texto: Monraymon