Editorial Septiembre 2014: “Silencio en mp3”

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editorial_septiembre14La vuelta de las vacaciones es aquel incómodo periodo que trata de reencuentros. Reencuentro con el trabajo (quien tenga uno, claro), con la rutina, con el gimnasio o con la dieta, con los compañeros, con los amigos, con los vecinos, con la tecnología, etcétera. En este lapso veraniego, es frecuente desprenderse de cosas que luego uno vuelve a retomar poco a poco. De la misma manera, siempre hay algo que uno se olvida de traer de vuelta. Recuerdo el glorioso verano que fui a la Costa Brava y me olvidé mi discman en el hotel… con un disco de Queensrÿche dentro. El estado de shock al abrir la maleta en casa fue considerable. Yo debía de tener unos dieciséis años y ese discman me daba horas y horas de diversión. Había perdido para siempre un buen disco, y algo con lo que escucharlo donde yo quisiera y cuando yo quisiera.

Yo no sé si la tecnología avanza lenta o rápidamente, pero lo que sí que sé es que el impacto que tiene en nuestras vidas es muy profundo. Desde hace dos años uno no puede salir por ahí sin ver a alguien que mire el móvil cada dos por tres. Es una falta de respeto detestable, pero es una falta “nueva”. Sin embargo, y entrando en el tema que nos concierne aquí, la música, hay otras faltas de respeto originadas por la tecnología que llevan ya muchos años rondando por nuestras vidas. Hablo del pánico al silencio, de la música como instrumento para tapar ese “horror vacui” y de su inevitable desvalorización. Algo que lleva azotándonos desde el inicio de la era digital.

Recuerdo los primeros días sin mi discman: la música se dosificó en seguida. Ya no podía escucharla en cualquier momento, ni en cualquier sitio: tenía que usar la cadena de mis padres en el comedor, cosa que significaba mucha menos música, y mucho más silencio a lo largo del día. Escuchar música se convirtió en algo especial, algo cargado de rituales (ir a la tienda de discos, elegir el disco, ponerlo, leer las letras, etc.) e incluso con un horario fijo (sólo ponía los discos a media tarde, cuando no molestaba a nadie). Ahora, años después de todo aquello, me he apuntado a la “moda” del vinilo por el mismo motivo: hacer que escuchar música vuelva a ser algo “extraordinario”.

Y es que pocas cosas hay más ordinarias que la música, hoy en día. Música en restaurantes, bares, autobuses, gimnasios, oficinas… Música mientras haces otras cosas. ¿Quién la valora, entonces? Por primera vez en la historia de la humanidad, el silencio se está convirtiendo en un lujo, y no la música. Parecen prehistóricos los tiempos en los que uno esperaba despierto hasta altas horas de la noche para escuchar un determinado programa de radio: vivimos en la época del podcast, del videoblog, de spotify, de youtube, del mp3 y de la nube. La época del “quiero escuchar esto y quiero escucharlo ahora”. Parece ridículo ir a un local a oír un determinado tipo de música de la mano de un DJ (“si quiero escuchar música, no tengo que salir de casa”). Y parece inverosímil que haya habido una época en que la radio y la televisión no funcionaban las 24 horas del día (y, sin embargo, la hubo).

Dedicar un tiempo y un espacio (importante esto último) a la música no está muy de moda, pero probablemente sea el único modo de salvarla. Actualmente asistimos a la desvalorización de la música, a su trato como un producto más de consumo, y no como un bien cultural que merece nuestra atención. Y, sin embargo, la única manera de disfrutar verdaderamente de la música es prestándole atención. El rock duro y el heavy metal no son unos géneros que “entren” en seguida, con los que uno nazca familiarizado y de los que pueda gozar la primerísima vez. Por el contrario, nuestra música requiere un esfuerzo que, de realizarse, se verá recompensado con creces. Pero dedicarle un esfuerzo a la música es algo sin demasiada cabida en nuestro mundo, como tampoco tienen demasiada cabida nuestros estilos, precisamente por situarse en un contexto cultural ya remoto: una época en que la gente podía ponerse un disco (¡entero!) varias veces hasta meterse de lleno en él y poder apreciarlo.

El silencio y la música se necesitan mutuamente, pero es difícil no “abusar” de la música cuando uno la tiene tan al alcance de la mano. El acceso inmediato a ella, esta novedad que nos ha traído el siglo XXI, hace que deje de ser un lujo asequible, que es lo que había sido siempre. Lo que ahora quizás es un lujo asequible es el silencio. Muchas cosas tendrían que cambiar para que la mayoría del personal volviera a pagar por la música: en cambio, puede incluso que acabemos pagando por el silencio. ¿Silencio en mp3? Tiempo al tiempo. Sea como fuere, os invito a hacer la prueba y a deshaceros de vuestros aparatos “de inmediatez musical”, y veréis como la música tiene otro sabor. Un sabor especial, que es el que siempre tuvo.

Jaume «MrBison»