Editorial Marzo 2023 “Predicando en el desierto”

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No es la primera vez que hablo de esto y soy consciente de que es predicar en el desierto, pero me hierve la sangre cada vez que voy a un concierto y buena parte del público está a todo menos a lo que ocurre en el escenario. Soy consciente de que, con los tiempos que corren, los grupos agradecen cada ticket vendido y que cada persona que asiste a los conciertos ayuda un poquito a que éstos puedan realizarse. Pero, sinceramente, me pregunto por qué van a los shows buena parte de los asistentes.

Recuerdo con nostalgia la actitud del público hace algunas décadas. El respetuoso silencio cuando el cantante presentaba una canción o el grupo interpretaba un tema acústico. Cuando todos los presentes mirábamos el escenario intentando no perdernos detalle de lo que sucedía y observando la labor de los músicos, a la vez que aplaudíamos y coreábamos las canciones que nos conocíamos. Eran otros tiempos.

Hoy no es raro ver a gran parte del público hablando de sus cosas, a voz en grito para escucharse entre ellos, ya que el volumen en los conciertos es alto. Aprovechar los huecos entre canciones para seguir sus charlas, despreciando la labor de los músicos y la atención de los espectadores que sí intentan seguir el concierto. Ahora los front-men intentan presentar las canciones hablando por encima del murmullo generalizado de muchas personas hablando de sus asuntos. Me imagino lo que pasará por la cabeza de esos músicos cuando, desde el escenario, ven cómo a muchos asistentes les trae sin cuidado lo que les están ofreciendo con tanta dedicación.

Echo de menos el sentimiento que se transmitía cuando el grupo en cuestión acometía un pasaje delicado. Una guitarra acústica y una voz. Un piano, un susurro vocal que nos ponía la piel de gallina. Hoy esa parte de los conciertos queda eclipsada por el galimatías de voces, risas y cachondeo que hay en la sala.

Hace un par de décadas, cuando esta web nacía, íbamos a los conciertos con una pequeña cámara de fotos escondida en el sitio menos registrable de nuestra vestimenta para así poder inmortalizar algunos momentos del concierto. Hoy, cuando todos llevamos una cámara en el móvil capaz de hacer buenas fotos, la mayoría de veces se emplea para selfies constantes con los amigos en los que, ya de paso, aparece en el fondo el grupo mientras toca. Que se note que hemos estado en el concierto, que no falte el postureo en redes sociales, hay que demostrar que hemos ido al bolo, aunque en todo el concierto no hayamos hecho ni caso.

No soy músico, pero me pongo en su piel y me imagino sus sensaciones encontradas. Mirar desde el escenario y desear que todos aquellos que demuestran que el concierto no les importa se vayan al bar, a hablar más tranquilamente de sus cosas en un lugar más adecuado, quedando en la sala solo aquellos que sí disfruten del concierto. Pero, por otro lado, si todos ellos se van al bar, la sala quedaría medio vacía. Salir de Málaga para entrar en Malagón.

Soy un caso perdido, soy consciente de ello. Nostálgico de unos tiempos en los que se valoraba la música y al músico por encima de todo. De los tiempos en los que, si te gustaba un disco, te lo comprabas. Si ibas a un concierto, estabas atento a lo que sucedía en él. Tiempos en los que el público era partícipe y un aliciente más para vivir la experiencia del rock en directo. Unos tiempos en los que el aficionado al rock era el más fiel, entendido y respetuoso con sus bandas.

Hace mucho que dejamos de serlo. Es lo que hay.

Santi Fernández “Shan Tee”