Hay pocos asuntos en la gestión de los conciertos cuyos argumentos estén tan bien definidos como en el asunto de las entradas anticipadas. Esto sería una ventaja si fuéramos capaces de colocar las evidencias con claridad en un mismo lado de la balanza, pero la experiencia nos dice que no es así.
Para mi análisis, debo aclarar que hablo de “entradas anticipadas” únicamente cuando el período entre la compra del ticket y la fecha del concierto es significativamente amplio. Queda fuera, por tanto, el hecho de hacer la compra una semana o dos antes del show, ya que en estos casos los riesgos se minimizan casi por completo. Para este estudio me basaré, por tanto, en aquellas entradas que se ponen a la venta con meses de antelación al día del concierto. Y, como casi todo en esta vida, tiene sus ventajas y sus inconvenientes.
Entre las ventajas, el espectador se asegura su localidad en el caso de que haya sold out, es decir, que las entradas se agoten. Suele suceder en eventos con gran capacidad de convocatoria o que se realicen en recintos de aforo inferior a lo que el grupo(s) en cuestión sea capaz de convocar. Es decir, en los casos en los que la demanda de localidades sea superior a la oferta. Para el promotor del concierto (o el propio grupo en el caso de auto-gestión), que la venta anticipada vaya bien es una tranquilidad en cuanto a la viabilidad de su inversión. Además, ese dinero recaudado en la venta anticipada no se suele guardar en una hucha, caja fuerte o similar, sino que se utiliza para invertir en contratar publicidad, comprar billetes de avión y habitaciones de hotel, ya que todos sabemos que sale menos caro si se hace con tiempo. En algunos casos, incluso se incluye un adelanto al recinto alquilado en concepto de reserva. Tantas son las ventajas para el promotor que habitualmente se ofrece un descuento en el precio de las entradas anticipadas con respecto a lo que finalmente costará en taquilla.
Entre los inconvenientes, claramente el hecho de una posible suspensión del evento acarreará muchos perjuicios. Pero aun si el concierto no se suspende, la compra de una entrada anticipada siempre acarrea un riesgo no desdeñable. Dejando a un lado el hecho de que en ese intervalo de meses podamos extraviar la entrada (sobre todo si es ticket físico), el riesgo inmediato para el espectador es que tiene que hacer un acto de fe en la suposición de que tal día concreto dentro de varios meses, va a estar disponible para asistir al concierto. Cualquier enfermedad (propia o de un familiar cercano), viaje de trabajo inesperado u otro compromiso ineludible puede llevar al traste los planes. En estas situaciones nos encontraremos con la difícil tarea de vender la entrada que compramos con ilusión meses atrás, momento en el que descubriremos que no es nada fácil, sobre todo en el caso de ser entradas adquiridas on-line y descargadas. Antes del concierto, si la persona no tiene un amigo de confianza que quiera hacerse cargo de la entrada, deberá entrar en un sub-mundo complejo y hostil en el que intentar vender esa entrada, normalmente haciendo alguna rebaja en el precio. En el caso de que no se pueda encontrar comprador antes del día del concierto, acercarse a la puerta para ofrecerla a quien se acerque a taquilla puede ser una idea aun peor. Primero, porque en nuestros días, la mayoría de entradas son adquiridas en portales on-line e impresas por nuestra cuenta, con lo que es difícil que un desconocido confíe en que no le estamos dando gato por liebre. Y, segundo, porque si la policía ve que estamos vendiendo una entrada, asume que somos reventas y confisca las entradas sin contraprestación. Aunque se estén vendiendo al mismo precio (o incluso menor).
En el caso de suspensión, son otros los problemas que se plantean. Dependiendo de los casos (nunca es bueno generalizar) la devolución del importe de las entradas puede ser un proceso farragoso que no siempre termina bien. Los grandes portales de venta de entradas suelen cumplir lo estipulado, pero en el caso de venta directa por parte del promotor (algunos festivales, por ejemplo), la cosa se complica porque, como he dicho antes, el dinero de la venta anticipada ya no existe, invertido en una campaña de publicidad u otro tipo de gastos no reembolsables al promotor. Por eso, cada vez que decidimos solicitar la devolución de la entrada, una sensación de alivio nos recorre cuando por fin lo conseguimos.
Hay otra variante adicional: A veces se nos devuelve el importe de la entrada pero NO el del “impuesto revolucionario” o, como lo llaman ellos, “gastos de distribución”. Esos gastos que te cobran porque tú mismo entres en su web, tú elijas tus entradas, tú hagas el proceso de compra, tú te las descargues y tú te las imprimas. Dependiendo del evento y del precio de la entrada, estos gastos pueden variar entre 5 y 20 euros. A veces más.
En el caso de aplazamientos, normalmente se ofrece la opción de devolver la entrada o podemos conservarla para cuando la gira se retome en un futuro. Tenemos casos cercanos de conciertos que se han ido posponiendo paulatinamente, complicando cada vez más su realización. Por poner un ejemplo, las entradas para el concierto de Yes que debía haberse celebrado en mayo de 2020 siguen siendo válidas para la fecha definitiva, que ahora mismo es mayo de 2023. Es decir, TRES AÑOS después. Y este mismo mes se ha pospuesto la gira de la Orquesta Filarmónica de Praga, con el reclamo de llevar a Ian Gillan como uno de los cantantes, para septiembre de 2023. Teniendo en cuenta las edades de Gillan o los componentes de Yes, hacer planes a tan largo plazo es cruzar los dedos para que la salud no les dé un susto que impida el concierto.
Resumiendo, la venta de entradas anticipadas es una decisión que ayuda mucho a grupos y promotores, además de asegurarnos una localidad antes de que se agoten, a un precio algo menor. Pero, cada vez que lo hacemos, debemos cruzar los dedos para que nada se tuerza. Y, a veces, cruzar los dedos durante meses (o años) es ser realmente optimista.
En tu mano está la valoración del riesgo.
Santi Fernández “Shan Tee”