Cuando se vive la música con la pasión con la que muchos lo hacemos, ésta pasa de ser una simple afición para formar parte de nuestras vidas. Lo que para muchos es puro entretenimiento, otros lo vivimos como parte inalienable de nuestra forma de ser. Por ello, nuestro amor por la música, concretamente el Rock en mi caso (y en el de muchos de vosotros, queridos lectores) no se queda en disfrutar de la música en sí misma, sino que nos gusta hablar de ello con amigos que comparten nuestra pasión, investigar en su historia, entender y comprender lo que se cuece dentro de los grupos, la vida de los músicos, etc.
Todo esto provoca, inevitablemente, que terminamos sintiéndonos parte de un colectivo que nos une a los rockeros de todo el mundo. Y cuando llevas toda una vida siguiendo a un artista que te gusta mucho, terminas conociendo tanto su carrera como su vida personal hasta tal punto que es parte de nosotros.
Yo descubrí a Meat Loaf el 24 de agosto de 1983, casi por casualidad. Ese día fui a ver un concierto de Whitesnake y el concierto era doble, ya que coincidían las giras de Whitesnake y Meat Loaf y el promotor decidió, con buen criterio, unirlas en un mismo evento.
Huelga decir que el concierto de Whitesnake me entusiasmó. Aquella fue la última oportunidad de disfrutar de la primera etapa del grupo de David Coverdale, quien se acompañaba de una banda increíble (Jon Lord, Cozy Powell, Mickey Moody, Mel Galley y Colin Hodkinson) y dio un concierto memorable. Lo que no me esperaba aquel día es que Meat Loaf, el otro protagonista de la noche, me impactara de aquella forma.
Fui al concierto habiendo escuchado previamente una sola canción suya en la radio: “Paradise By The Dashboard Light”. En unos tiempos en los que no había internet, las revistas y programas de radio especializados eran nuestras únicas fuentes de información. Pues bien, ese concierto me cambió la vida. Aquella noche, además de alucinar con el hard rock y el blues de Whitesnake que estaba dando sus últimos coletazos antes de la transformación que sufrió en “1987”, salí con la promesa que me hice a mí mismo de conocer a fondo la carrera de aquel gigante norteamericano que tanto me había impactado.
Era 1983 y yo tenía apenas 17 años. Cumplí mi promesa y poco a poco me fui haciendo con sus discos, primero los que ya había editado y después fui esperando con ilusión cada una de sus nuevas entregas. Me enteré de su faceta de actor y vi algunas de sus películas, comprobando que su prolífica carrera cinematográfica tenía menos calidad que la musical, al menos en mi opinión. Como actor era normalito, como cantante y showman, era excelso.
La llegada de internet nos abrió un nuevo mundo. Por mi profesión al margen de la música (informático en una gran empresa tecnológica), tuve acceso a la red antes de que las conexiones domésticas se generalizaran. Eso me abrió muy pronto las puertas a las “autopistas de la información” en las que mi sed de conocimientos se saciaba con una vasta colección de artículos dedicados a cualquier cosa, incluida la música.
Han pasado 39 años desde aquel concierto. Nunca conseguí verle en directo otra vez, aunque sí cuento con toda su discografía y varios de sus conciertos en DVD. El mejor de ellos, sin duda “Live With The Melbourne Symphony Orchestra” de 2004. Os lo recomiendo encarecidamente para que conozcáis la magnitud de su talento.
Como os podéis imaginar, después de 40 años siguiendo de cerca la carrera de mi artista preferido, he sentido su muerte como la de alguien cercano. Cabezón como el gigante tejano que era, tomó partido por creer que las vacunas son el problema y no la solución. Con una salud dañada por el asma y problemas cardíacos que le hicieron desvanecerse más de una vez en medio de sus exigentes actuaciones, vio en la lucha contra la Covid un problema político. Seguramente pensó que un bicho tan pequeño no iba a poder con 130 kilos de puro músculo tejano. Se equivocó. En una de sus últimas entrevistas declaró “Si muero, muero, pero no voy a ser controlado”.
Ese pensamiento le costó la vida y a mí me ha dejado sin uno de mis grandes referentes. Hace pocos días hice un especial en la radio para repasar toda su carrera. Lo preparé con mimo para que no fallara nada pero, en el arranque, las fuerzas me fallaron. El programa se emitió en directo y ahí queda mi voz quebrada, algo que no me esperaba. Es la constatación de que con él se ha ido parte de mi vida.
Parafraseando una de sus primeras canciones, espero que una banda de ángeles envueltos en su corazón le llevaran a través de la noche solitaria, a través del fío del día. Y que los Dioses haya bajado para cantar sólo para él. Y que la melodía le haya hecho volar, sin dolor y sin miedo.
Heaven can wait
And a band of angels wrapped up in my heart
Will take me through the lonely night
Through the cold of the day
And I know, I know
Heaven can wait
And all the Gods come down here just to sing for me
And the melody is gonna make me fly
Without pain, without fear
Santi Fernández “Shan Tee”