Editorial Enero 2022 “Adiós al año de la muerte 2.0”

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Antes de ponerme a escribir este editorial, a la vez el último artículo que escribo en 2021 y el primero que publico en 2022, he echado un vistazo a aquel que escribí ahora hace justo un año, en los estertores de 2020. En aquella ocasión lo titulé “Adiós al año de la muerte” y, por desgracia, debo repetir algo parecido.

2021 ha pasado por nosotros condicionado por el dichoso Covid, que tanto dolor personal, emocional y económico nos ha causado. Rompiendo el pronóstico de quienes pensábamos que a estas alturas lo íbamos a tener superado (o casi), nos encontramos en estas fechas aún acorralados por un virus que se resiste a ser vencido. Comparando las cifras oficiales, los muertos en el mundo provocados por esta enfermedad han pasado en estos 12 meses de 1,7 millones a 5,4 millones. Si hablamos sólo de España, hemos pasado de 50.000 a 90.000. Y todos sabemos que las cifras reales están muy por encima de las oficiales, así que la magnitud de la tragedia se ha doblado en el caso de España y triplicado (con creces) en todo el mundo, aun contando con que las vacunas han conseguido mitigar los devastadores efectos de este virus. Sin ellas, seguramente estaríamos en los 40 millones de muertos que causó el último virus parecido, la Gripe Española, entre 1918 y 1920.

En este año 2021 al que ahora decimos adiós, hemos tenido altibajos, con momentos de euforia en los que parecía que el virus se estaba venciendo, alternados con otros en los que nos dábamos de bruces con la cruel realidad. Durante el año hemos ido recuperando actividades que se nos habían cortado de cuajo: Se han ido recuperando las relaciones sociales, contactos humanos y asistencia a espectáculos. Como esta es una web de rock, centrémonos en ello.

Hablando de los conciertos, poco a poco se han ido recuperando, al menos los nacionales. Las grandes giras de grupos internacionales siguen cancelándose o, en el mejor de los casos, posponiéndose un año más, pero los grupos españoles poco a poco van teniendo la oportunidad de subirse a los escenarios. Primero, con el aforo muy limitado y el público sentado, después ya sin esas limitaciones, únicamente con la obligatoriedad de llevar mascarilla durante los conciertos. Aquí toca dar un tirón de orejas a esa parte del público, más numerosa de lo razonable, que no respeta esta obligatoriedad, poniendo en riesgo su salud y la de los demás, y dando la razón a quienes claman por la prohibición de los conciertos. Nos encanta comparar la situación de los conciertos con la de otros espectáculos con público, pero la realidad demuestra que en los conciertos no se respeta esa norma como sí se hace en el cine, teatro o incluso en el fútbol, donde todos los espectadores están en su asiento con la mascarilla puesta todo el tiempo. Hablo desde la experiencia, ya que durante este 2021 he asistido a todo tipo de eventos y doy fe de lo que hablo.

Esta circunstancia, unida a la irrupción de una nueva variante del virus (la consabida Ómicron) mucho más contagiosa (aunque, por suerte, menos letal) me ha impedido asistir a un concierto que me hacía mucha ilusión y para el que estaba ya debidamente acreditado: La despedida de Barón Rojo.

Aunque dicha despedida no es tal (tienen anunciadas decenas de conciertos más por todo el mundo), este concierto de despedida tenía el sello de las grandes noches. En teoría era su último concierto en Madrid (ya veremos…), con un montaje escénico espectacular y una pléyade de artistas invitados, tanto internacionales (Jorn Lande, Graham Bonnet y Mel Collins) como nacionales (Aurora Beltrán), así como Ángel Arias en representación de los antiguos miembros de la banda. Todo el mundo hubiera esperado una nueva reunión, si acaso efímera, con Sherpa y Hermes Calabria, pero cualquiera que esté al tanto de las relaciones entre los miembros de la formación original sabía que eso no iba a pasar.

El caso es que Barón Rojo se despidió de Madrid a lo grande, con el mayor recinto cerrado de la capital lleno hasta la bandera y con una infraestructura digna de su nombre y su legado. Barón Rojo son parte de mi vida desde que hace ya muchos años compré su primer disco, “Larga Vida al Rock and Roll”, a las pocas semanas de ponerse a la venta. Después los he visto de todas las formas posibles. En días históricos como la grabación de “Barón al Rojo Vivo” y conciertos inolvidables como la presentación de “En un lugar de la Marcha” en el desaparecido Rockódromo de la Casa de Campo (Madrid), hasta otros días en los que salí totalmente defraudado, porque Barón Rojo siempre tuvo días muy buenos y días muy malos. Les he visto con la formación original y con casi todas las posteriores. Y sus discos han ido cayendo uno tras otro en mi estantería. Y, sobre todo, fueron el estandarte que muchos enarbolábamos en los ’80 cuando parecía que toda la juventud nos dividíamos entre los que nos gustaba Barón Rojo y los que les gustaba Mecano.

Por todo ello me siento en deuda con Barón Rojo por no haber asistido a su despedida. La organización me acreditó debidamente y yo tenía toda la intención de asistir para luego contároslo en esta misma web. No ha podido ser. La posibilidad de contagiar o ser contagiado en un recinto cerrado con miles de personas era demasiado alto y decidí apostar por la sensatez. Aun así, una sensación agridulce me embarga, porque siempre me sentí uno de los que “siempre estáis allí”.

Cierro este último capítulo de 2021 deseando a nuestros lectores lo mejor para este nuevo año. Espero de corazón que, dentro de 12 meses, no tenga que escribir este mismo editorial, 3.0.

Cuidaros mucho.

Texto: Santi Fernández “Shan Tee”

Fotos: Francis Tsang