Como es habitual en estas fechas, me enfrento al folio en blanco que se convertirá en el primer artículo de este año que ahora comienza. En esta habitual cita mensual con los lectores que es este editorial, mi intención es mirar hacia adelante y poner mis esperanzas en el nuevo año, deseando que 2021 nos devuelva, tarde o temprano, algo de todo lo que nos quitó este traumático 2020 al que acabamos de dar carpetazo.
Sin duda, 2020 va a ser recordado con mucho dolor. El año del Covid-19, de la pandemia que ha golpeado con tanta crueldad a la población mundial. En el momento de escribir este editorial, las cifras oficiales hablan de 1,7 millones de muertos en todo el mundo, más de 50.000 de ellos en España. Y es algo aceptado que la cifra real de fallecidos es bastante superior, basados en los datos estadísticos sobre exceso de fallecimientos en relación a años anteriores.
Quien más y quien menos, todos hemos tenido casos cercanos, unos más que otros dependiendo de la suerte que hayamos tenido, tanto de fallecidos como de enfermos graves. Yo fui uno de estos últimos, incluido en aquel pico de la primera oleada que saturó los hospitales en marzo, cuando los muertos diarios superaban el millar y los cadáveres se acumulaban en el Palacio de Hielo, habilitado como morgue masiva. Afortunadamente, tuve suerte y los médicos, enfermeras y resto de personal del Hospital Gregorio Marañón de Madrid, a quienes estaré eternamente agradecido, consiguieron sacarme adelante. No quiero dejar pasar la ocasión de dar también las gracias más profundas a todo el mundo que se preocupó por mi estado en ese duro trance, no sólo a familiares y amigos, sino a aquellos que no me conocían y me mandaron sus ánimos y buenos deseos. Leer aquellos mensajes de lectores y oyentes del programa de radio con quien nunca he tenido trato directo me sigue emocionando a día de hoy. Otros no tuvieron tanta suerte. En mi entorno próximo, tres buenos amigos perdieron la batalla contra el Covid, a los que hay que añadir a tantos otros que han teñido de dolor muchas familias.
Además del plano personal, también en el musical debemos lamentar la pérdida de muchos de nuestros ídolos, sea por Covid o por otro motivo. 2020 es el año en el que nos dejaron Eddie Van Halen, Neil Peart (Rush), Pete Way y Paul Chapman (UFO), Frankie Banalli (Quiet Riot), Ken Hensley y Lee Kerslake (Uriah Heep), Steve Priest (The Sweet) y Spencer Davis, además de Martin Birch, entre otros. En el plano nacional nos dejaron Chicho (Mojinos Escozíos), Mario del Olmo (uno de los fundadores de Asfalto), Popotxo (Orquesta Mondragón) y Ángel Ruiz (Los Suaves), por citar a los más destacados para mí. Y a medio camino entre lo musical y lo personal, siempre echaré de menos a Ángela Sastre, quien fue Road Manager de Niágara en los ’80 y una de las fundadoras de un Sindicato de Músicos que lo intentó hace ya bastante tiempo. Habitual de los conciertos y de espectadora presencial en mis programas de radio, su ausencia me acompañará cada día.
Desgraciadamente, por si fuera poco, la pandemia no sólo ha causado enfermedad y muerte, sino también ha traído la ruina a muchas actividades económicas. La música en general y el rock en particular han sido de las más afectadas. La suspensión de la gira de Sons of Apollo fue la primera de todas las demás. Conciertos grandes, pequeños y medianos han tenido que ser cancelados, con miles de personas afectadas, ya sean músicos, técnicos de sonido y luces, trabajadores de salas de todo tipo y capacidad y, en general, toda aquella persona cuya solvencia económica dependiera de la actividad musical, ha visto cortada de raíz su fuente de ingresos sin haber recibido la ayuda necesaria para sobrevivir por parte de ninguno de los estamentos públicos.
¿Qué podemos esperar de este 2021? Desde luego, no creo que pueda ser peor que 2020. Creo sinceramente que las vacunas que en estos días están empezando a suministrarse, solucionarán a medio plazo el problema sanitario. Los mejores augurios hablan de una situación de relativa normalidad de aquí al próximo verano. Ojalá sea así, quizás sea una expectativa demasiado optimista, el tiempo lo dirá.
Desgraciadamente, como sucede tras el paso de un huracán, un tsunami o una guerra, después nos tocará recuperarnos del golpe. Nada nos va a devolver a ninguno de los miles de muertos ni recuperará las secuelas, físicas y psicológicas, que va a dejar este año. Espero que, al menos, podamos recuperar la otra cara de la tragedia y que podamos retomar la actividad de la música en directo. Que todas esas personas que hayan tenido que buscar otra alternativa para sobrevivir, poco a poco vuelvan a llenarnos el alma con su música, una vez que se den las condiciones necesarias para ello.
Ese es mi deseo, pero no es el único. Puestos a pedir, me gustaría que todos aprendiéramos algo de toda esta desgracia, tanto gobernantes como personas de a pie. Ojalá haya quedado claro que la inversión en Educación y en Ciencia es absolutamente necesaria. Que no podemos permitir que nuestros talentos tengan que emigrar para buscar su subsistencia fuera de nuestro país. Que la confrontación ante la adversidad nos hace daño y solo nos pone aún más piedras en el camino. Que la música, como el resto del arte, no es un lujo sino una necesidad, y que hay que proteger a aquellos que la hacen posible.
La industria musical en España siempre ha pendido de un hilo. Estaba cogida con alfileres, no podía soportar una brisa y de repente ha llegado un huracán. La reconstrucción va a ser dura. Muchas salas habrán cerrado y muchas personas, tanto músicos como pertenecientes a otras áreas, habrán tenido que buscar otra ocupación. Ojalá podamos recuperarles en el futuro. Ese día será cuando, definitivamente, hayamos vencido a la pandemia.
Os deseo a todos feliz y sano 2021
Santi Fernández “Shan Tee”