STEVE VAI + ERIC SARDINAS – Viernes 23 de noviembre 2001, Sala Riviera (Madrid)

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Camino a la sala Riviera, se apreciaba una masa de gente agolpada en la puerta y mucha más en los alrededores… ahora comprendía que el cartel de «no hay entradas» era cierto y la expectación que giraba en torno a este tour era de verdad increíble. Tarde y aguardando cola a 200 metros del recinto (la calle estaba literalmente ocupada), ya daba por imposible encontrarme con Fernando (lo siento, tío, la próxima me adelanto a la hora). Así que me dediqué a contemplar la muchedumbre presta a abarrotar la Riviera y a disfrutar de un ambientazo de lujo; no todos los días pasa esto. Vai acababa de empezar a rodar con esta gira tres fechas atrás: Hong Kong, Módena y Milán. En otro orden de cosas ,el guitar-hero ha puesto a la venta a través de su página web los tres primeros CDs de una caja de diez, denominada «The secret jewel box», con rarezas recopiladas durante su larga carrera. Vaya año para sus fans: recopilaciones, directos con material de nueva factura, gira y caja de canciones que nunca vieron la luz.

Con estos precedentes y la noticia que me dio Fernando acerca de la demanda desorbitante de entradas que se había producido en Barcelona, a raíz de la cual se planteaba una doble sesión en el mismo día (espero que nos confirméis vosotros mismos esto, si presenciasteis los shows en la Ciudad Condal), todo presagiaba algo grande.

Tres columnas de banderas de distintos países nos daban la bienvenida y servían de telón de fondo para escenificar este «A live in an ultra world». Pero antes teníamos una cita con Eric Sardinas, el telonero del tour de «The ultra zone», que repetía de nuevo abriendo para Vai. Algo de retraso, aunque pronto lo olvidamos cuando Eric salió a escena. Es increíble como un trío puede sonar tan bien y llenar tanto. Secundado por un bajista que hacía de interlocutor con el público y un batería con los deberes más que sabidos, Eric era el centro de todas las miradas: imagen, carisma, toque de locura, en fin, todo lo que se le puede pedir a un buen frontman. Un sombrero de cowboy y unas pintas de hard rocker ochentero eran más que suficientes para llamar la atención, pero su nervio y los gestos que ponía cada vez que arrancaba una nota de su guitarra dejaron atónitos a todos los que presenciamos su actuación (que no se perdió casi nadie, ya que la multitud ya estaba presente a esas alturas de la noche). El semblante escondido bajo el sombrero le daba un aire a Slash en versión inquieta, pues no dejó de moverse en ningún momento.

Comenzó con un par de temas de rock americano muy cañeros, para más tarde sacar a relucir su condición de bluesman; su voz reflejaba más alma y sentimiento que técnica ya que se destrozaba la garganta en cada estrofa. La cosa iba subiendo de intensidad, y el guitarrista-cantante acabó por marcarse un country intensísimo, que ya lo hubiera firmado Joe Perry, durante el cual se lanzó a la zona del público para darse un paseo, escoltado por un seguridad, sin parar de interpretar la canción. Se subió a la barra situada en el centro de la sala, hizo la marcha de vuelta por el lado opuesto y regresó al escenario entre aplausos y con la gente entregada a él por completo. Por si fuera poco, acabó haciendo una demostración de bottleneck con tercio de Mahou y acto seguido se batió en duelo consigo mismo, simulando un solo a dueto de guitarra. Entre esto y su estilo de tocar, sin púa y apenas abrir los ojos, nos dejó a todos alucinados y puso el listón alto antes de la entrada de Vai y su cohorte de élite.

Esperamos un rato más a que los roadies dejasen todo listo para el show de Steve. Mientras, se rogaba al respetable que apagase los teléfonos móviles por petición del artista, aunque mucho no caló el llamamiento. También colocaron un ventilador en el centro del escenario para refrescar al guitarrista y airear su melena, perfeccionando las poses tan fanfarronas con las que nos obsequió constantemente. En pocas palabras, íbamos apreciando los primeros detalles de divo de Mr. Vai.

De pronto, se para la música (tuvimos doble sesión de «Stiff upper lip») y suena por las torres la charla de la profesora a sus alumnos de «The Audience Is Listening». Parecía que iba a ser esa con la que diesen comienzo pero no. Aparecen Virgil Donati a la batería, Billy Sheehan arrimándose al micro y Steve Vai corriendo por el escenario y ocultando su rostro bajo un velo, disparando los primeros acordes de «Shy Boy». Sheehan no pudo hacerlo mejor, parecía el mismísimo Diamond Dave, o eso nos quisimos imaginar, y aquello se echó literalmente abajo. Hacía tiempo que no veía un comienzo tan potente. Ahí teníamos a Sheehan disfrutando como el que más con su estampa de siempre: pelo recogido y vistiendo riguroso negro. «Giant balls of gold» sirvió para que Tony MacAlpine y Dave Weigner entraran a completar la formación y el quinteto se asentara sobre las tablas.

Antes de dar paso a «Erotic Nightmares», Steve se dirigió al público para poner a prueba su castellano, con chuleta a sus pies, y comentar que esta gira la ha hecho a pesar de los muchos consejos en contra que ha recibido por el conflicto bélico internacional (de lo cual Phil Anselmo no puede decir lo mismo). Aprovechando este parón, presentó a su «familia» uno por uno, y tanto Billy Sheehan como MacAlpine, quien había permanecido en discreto segundo plano, fueron ovacionados por todo lo alto.

Prácticamente centraron el repertorio en piezas de «Passion and warfare» y «Alive in an ultra world», dejando a discos como «Fire garden» y «The ultra zone» con una sola aportación por álbum, pero a nadie le importó demasiado. Tras «Blood And Glory», Dave Weigner, el joven guitarrista que pasó desapercibido entre tanto virtuoso, tuvo su momento de gloria con una pequeña interpretación. «Blue Powder» y «The Crying Machine» iban cayendo y el primer duelo de guitarras entre Vai y MacAlpine, que más tarde se repetiría en mas de un tema, confirmaba que teníamos a dos bestias de las seis cuerdas delante nuestra; Tony buscaba complicidad en un Vai más ensimismado en sus propias virguerías. Billy no fue menos y tuvo más de una ocasión para ofrecernos una lección de bajo magistral. «Iberian Jewel» homenajeó a nuestro país sin apartar un solo matiz de la grabación original en vivo.

Sin embargo, sufrimos una fase algo desconcertante debido al sonido excesivamente saturado y acaparador de la guitarra del divo: los de mesa estaban fallando más de la cuenta, Vai estaba abusando de las subidas de volumen en los momentos álgidos de las canciones o ambas cosas. Personalmente, encontré bochornosa esa descortesía hacia unos músicos de acompañamiento de tal rango. Tras un fragmento de Tony MacAlpine a los teclados, más anecdótico que otra cosa, los problemas de sonido se acentuaron y la pelotera que salía de la Ibanez de Steve era considerable. Sheehan volvió a cantar un tema en el que no se le oía nada, tenía que esforzarse sobremanera para hacerse un hueco entre la distorsión del hacha de Vai y, por mucho que Billy sacara su bajo de doble mástil para la ocasión, resultó deslucido.

Por suerte, salieron del bache y a partir de ese punto nos regalaron una parte final memorable. La primera sorpresa la protagonizó una versión de «Little Wing» de Hendrix preciosa y muy al estilo de Vai. «Whispering A Prayer» e «Incantation» fueron caldeando de nuevo la sala pero definitivamente fue el batería, Virgil Donati, el encargado de devolvernos la magia. El solo que realizó fue espectacular y su peculiar forma de coger las baquetas y golpear el kit nos dejó impresionados. Casi destroza su batería y salió de allí como un héroe con el puesto ganado en esta banda de lujo. Remataron «Incantation» de una vez y llegó «Jibboom», en la que pudimos gozar de una batalla a las cuerdas entre Vai y Sheehan irrepetible, compenetrados como no lo habían estado hasta entonces. El problema de sonido estaba solventado, lo que agradecí mucho.

Sheehan disfrutaba como nunca: no dejaba de hacer muecas y sonreír a cada momento y durante el solo de su compañero Donati estaba en un lateral, absorto en los juegos de manos con las baquetas de éste, como si de uno de nosotros se tratase. Por su parte, Vai no perdía oportunidad para hacer piruetas imposibles, lucir uno de los tantos modelos horteras y vistosos que se puso o gesticular con su guitarra, usando la palanca como si estuviese tocando un violín e incluso reproduciendo un orgasmo femenino pasando el mástil de su guitarra por debajo del faldón de cuero que llevaba.

Steve, en uno de los muchos devaneos con los que nos deleitó durante la actuación, demostró cómo domina su técnica de tapping y voló literalmente como si el viento le llevara. Fue finalizar este solo y arrancó «For the love of God» sin previo aviso. No hay palabras: delirante, envolvente, la ejecutaron a la perfección y no hubo pega posible.

Había llegado la hora de acabar pero todavía nos quedaban los bises y qué mejor forma de comenzar con éstos que «Liberty». Un baño de confetti y las melodías de la canción volcaron a los asistentes al grito de «torero, torero» y Vai se dio un baño de masas. El plato final corrió a cargo de todos los músicos de la formación de Steve Vai y Eric Sardinas, invitado a esta jam tan singular de pura improvisación. A base de los «malabarismos» que se les iba ocurriendo a cada uno de ellos dieron por acabado el espectáculo y abandonaron el escenario aclamados por la gente. Nada exagerado después de la actuación que habíamos presenciado.

Boquiabierto ante la destreza de estos genios, no tardé en borrar los problemas de sonido de la parte intermedia y retuve la frase con la que se despidió Vai: «Keep this as a memory». Steve Vai, Billy Sheehan y Tony MacAlpine girando juntos en la misma banda. Un privilegio de no muchos.

Texto: J.A. Puerta