STRATOVARIUS + SYMPHONY X + THUNDERSTONE – Martes 8 de abril de 2003, Sala La Riviera (Madrid)

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A la hora de arremeter con esta crítica tenía un poco de miedo. Entre la presión anti-progresiva-heavy de mi compañero de trabajo Ángel y el descojone del amigo Agustín cuando le dije que iba a ver a Stratovarius, empezaba a no saber qué pintaba yendo allí. Pero nada, «The Odyssey» me enganchó tanto cuando me lo llevé al oído en diciembre y la curiosidad de presenciar el tan aclamado directo de los finlandeses era tan grande que no pude remediarlo. Y a veces estas ocasiones, en las que vas a disfrutar sin compromiso y libre de prejuicios, se convierten en inolvidables.

Aterrizaba en La Riviera a las ocho en punto, hora en que debía comenzar la descarga de los fineses THUNDERSTONE. Desde el puente de Segovia ya se escuchaba un lejano ruido que presagiaba que aquello había dado comienzo. Efectivamente, habían adelantado diez minutos el horario y allí estaba el quinteto despedazando su corto set a base de un sonido extraordinario, limpio y donde todo se distinguía con una claridad asombrosa. El bajista le daba el toque emotivo a la banda, en tanto que era quien más meneaba el cuello y exteriorizaba la energía que llevaba dentro. El cantante estaba más centrado en no desentonar ni un ápice que en tratar de ejercer de frontman y puedo atestiguar que ni él ni el resto de sus compañeros se desviaron lo más mínimo en la ejecución. El grupo se mostró compacto, curtido en el repertorio escogido y agradecido a una audiencia bastante entregada para tratarse de unos teloneros que en el cartel permanecen a la sombra de dos grandes formaciones. Disfrutaron del favor del público que se concentraba a esas horas e incluso tuvieron su telón de fondo, algo que ni siquiera Symphony X llevaban como adorno de escenario. ¿Canciones? Me quedo con el primer par que tocaron de lo que pude oír: heavies pero con unos matices hard-rockeros interesantes y frescos, que aunque no aporten nada nuevo al género, los agradecí enormemente. El final lo protagonizaron, al menos eso intuí, «Eyes Of A Stranger» y «Let The Demons Free», piezas algo más power que en cambio se me hicieron demasiado previsibles y no me dijeron absolutamente nada. En todo caso, cumplieron con lo que se les suponía.

Era el turno de SYMPHONY X y ya se mascaba cierta tensión en el ambiente. Por diferentes motivos. Era mucha la expectación que había en torno a los de New Jersey, tanta que me consta que una fracción de la gente iba única y exclusivamente a ver su show. Vi más de una cara que, tras el corto pero trepidante concierto que dieron, se quedó indiferente a lo que Kotipelto, Tolkki y compañía ofrecieron más tarde.

Escenario negro, donde lo que más resaltaba era el armario de teclados que rodeaba a Michael Pinnella, y poco más. Claro, que tampoco les hace mucha falta. El trío Allen-Romeo-LePond se las apaña de maravilla para llenar, en todos los aspectos, cualquier recinto que se les ponga por delante. Con «Evolution (The Grand Design)» entraron a matar. Allen ya se tomó la confianza de ceder parte del estribillo a sus fans. El cantante no paraba de alentar a las primeras filas con gestos toscos y algo torpones. Buscaba constantemente la complicidad con sus compañeros y en los trozos instrumentales se recreaba en su guitarra imaginaria. Por su parte, Romeo y Pinnella se enfrascaban en interminables batallas solistas que venían a plasmar delante de nuestros ojos las grandes cualidades técnicas de estos músicos.

Tenían por delante tres cuartos de hora y no era cuestión de derrocharlos de cualquier manera. La selección fue cuidadosa y la única posibilidad que les quedaba en esta gira era desechar los desarrollos más largos y épicos.

«Wicked»«Smoke And Mirrors»«Out Of The Ashes» y «Of Sins And Shadows» caían para regocijo de los bendecidos por el ritual sinfónico. «Inferno (Unleash The Fire)» y «King Of Terrors» ponían la nota más trallera de la noche, pese a que Allen alejara de sí el micro cuando le tocaba quebrar algún recoveco de frase con un agudo al que no llegaba. Tan sólo se trató de algún punto de estas dos canciones, ya que en términos generales evidenció un poderío vocal abrumador, sobre todo al principio.

El momento culminante para el que suscribe fue «Communion And The Oracle», en la cual casi todos los presentes nos fundimos en la poesía y belleza musical que destapan estos tipos cuando se lo proponen. Silencio absoluto y rostros embobados dibujaban una imagen digna de ser inmortalizada.

Lo único negativo fue el sonido que sufrieron, el peor con diferencia de las tres bandas ya que la nitidez de la que habían gozado Thunderstone desapareció como por arte de magia a ratos, creando un pequeño barullo incómodo. Pero ni eso consiguió empeñar una actuación impecable. Se bajaron de allí como auténticos triunfadores y respondieron de sobra a mis expectativas. Michael Romeo no tiene excusas para eludir un futuro tour que pase por estas tierras.

STRATOVARIUS tenían el reto, nada sencillo, de igualar y/o superar lo de minutos antes de su entrada. En efecto, no salieron perjudicados del envite. Un espectáculo magno se encargó de centrar la mirada en un quinteto con muchas tablas en directo que con la transmisión justa hechizó Madrid.

Digo espectáculo porque eso fue lo que tenían preparado. Un telón que tapaba el frontal del escenario caía en cuanto el himno británico finalizaba sus últimos compases, a la vez que aparecían Timo Tolkki y Jari Kainulainen en sendas plataformas laterales, elevadas algo por encima de la batería de Jorg Michael. Jens Johansson ya tenía preparado su teclado, que curiosamente estaba girado hacia delante para que no perdiéramos de vista cada movimiento. Todos de riguroso luto, excepto Michael, que a pecho descubierto, con una barba incipiente y un pañuelo parecía un corsario. Timo Kotipelto saltaba de blanco, diferenciándose de sus colegas y con la responsabilidad de echarse la banda a cuestas, cosa que no le costó mucho a tenor de lo visto.

«Eagleheart» ponía el grito en el cielo y la gente se volcó desde el primer segundo. Explosiones, un juego de luces que iluminó de colorido el show de dos horas, una pantalla sobre la que se proyectaban clips continuamente, un trío de focos grandes a cada lado, la aparición en dos ocasiones (una de ellas fue «Stratofortress») de unos barrigudos con enormes caretas de reno y unas cervezas en mano y la caída de nieve artificial durante «Season Of Change»realzaban un trabajo de diseño del show logradísimo. Sólo por esto valía la pena pagar el precio de la entrada. No obstante, este efecto ilusorio minimizaba cierta frialdad por parte del grupo, que no empezó a destemplarse hasta bien entrado el concierto. Kotipelto demostró maestría cuando se trata de dirigir al público y darle lo que quiere, tanto en las presentaciones, donde no hacía mas que preguntar si queríamos temas rápidos y calentar a la concurrencia haciendo referencias a los ruidosos fans portugueses, como en las poses y soltura en general.

Hicieron falta «Destiny» y un «Forever Free» con La Riviera dejándose la garganta ante la solitaria guitarra de Timo Tolkki y el micrófono de Kotipelto para que al primero se le viera sonreír abiertamente. Jorg Michael no se quedó atrás y la recta final se la pasó entera tirando una cantidad exagerada de baquetas a la par que tocaba. Johansson también se unió al cachondeo en los bises, poniendo caras guasonas y echándose algún trago de cerveza.

De la descarga destacaría, además de las dos citadas antes, «Soul Of A vagabond», que sonó majestuosa. No hace falta ninguna orquesta de Michael Kamen para sentir la grandeza del tema en todo su esplendor, aunque sea una grabación la que añada las partes que faltan. Era perfecta y clavada a su versión de estudio, aunque con mayor fuerza si cabe. «Find Your Own Voice» disipó las dudas que pudieran haber: Kotipelto la canta tal cual se puede escuchar en el disco, sin reproches que valgan. Y eso que iba con mis reservas, pero me rendí a la evidencia.

El mayor defecto en el que cayeron, además de la interpretación tan estudiada de los primeros instantes, fue la inclusión en determinados momentos de canciones con un desarrollo algo indigesto de cara al directo. A «Elements» me remito, que dejó a media parroquia durmiendo por segundos. Junto a ésta, el fragmento de «Fantasia» que fusionaron con el final de «Destiny» casi echa por los suelos la euforia que esta última desató. Ni con el texto de la canción sobre la pantalla para que el público acompañara la voz lo consiguieron.

Por lo demás, no variaron en absoluto el repertorio que han venido tocando en la gira europea: «Kiss Of Judas»«Speed Of Light»«Father Time», un medley de canciones pertenecientes a «Fright Night»«Twilight Time» y «Fourth Dimension»«Will The Sun Rise?»«Paradise», un «Hunting High And Low» de locura y «Black Diamond» como despedida en la segunda tanda de bises.

Stratovarius salieron no sólo airosos para lo que pudo haber sido, sino también victoriosos. Entre la base de fieles seguidores que los apoya incondicionalmente, un concierto demoledor desde el punto de vista visual, una experiencia acumulada que se nota, sobre todo en el carisma que desprende Timo Kotipelto, y unos temas ya clásicos, los finlandeses juegan sobre seguro y tienen todas las de ganar.

Con «A drop in the ocean» sonando por los altavoces, íbamos saliendo en tropel de la sala. La sensación que me había dejado la velada era más que agradable. Descubrí el directo de una banda consolidadísima como Stratovarius y me quedé con más ganas de Symphony X. Como casi todo el mundo, supongo.

Texto: J. A. Puerta