NASHVILLE PUSSY – Jueves 3 de julio de 2003, Sala El Sol (Madrid)

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Verano, sosiego, medianoche, conversación frente a una cerveza… ¡así da gusto!

En este plan nos presentábamos en las puertas de la sala El Sol. Ubicada en pleno centro de la urbe madrileña, poco tiene que ver con el resto de lugares en los que había presenciado conciertos en la capital. Como ya comentó Fernando en la reciente crónica de Raging Slab, ésta tiene la rara costumbre de abrir puertas a partir de las once y media de la noche y sus dimensiones de andar por casa son el marco idóneo para disfrutar y sentir de cerca a una banda, además de comprobar la valía y capacidad de transmisión que realmente posee. No en vano, este mismo sitio fue el escogido por Alanis Morissette para dar un concierto sorpresa en plena visita promocional, exenta de fechas oficiales en España, de «Under rug swept». Apuntes aparte, Junio fue un mes acaparado por eventos magnos (Festimad, Björk, Iron Maiden y Metallica para el que escribe), de modo que la ocasión de ver a Nashville Pussy en una sala de estas características era, si no una necesidad, al menos sí un estímulo extra.

Siempre que uno va a un concierto sabe lo que va a encontrarse en cuestión de público, sea éste más o menos variado. Sin embargo, Nashville Pussy no concentra a ningún estereotipo predeterminado de fan, o por lo menos no en Madrid y en esta noche en concreto. Sé que puede parecer una tontería, pero el detalle me resultó curioso y de lo más grato. Se pudo ver desde alguna camiseta de Woody Allen (¿?) a una incondicional japonesa pegada al borde del escenario.

Sobre el diminuto espacio arrinconado iban tomando posiciones las cuatro figuras que agrandarían esta privilegiada sala de estar del rock’n’roll. Las vestimentas eran tal cual los conocemos de revistas y discos. Jeremy se hacía con las baquetas y un cigarro que amenizara la poco menos de hora y media que nos tenían preparada. Katielynn se hacía con el lado izquierdo. El centro era de Blaine. Mientras, Ruyter levantaba la guitarra marcando el comienzo de «Say Something Nasty» y empezaba su recital personal de ensanche del pequeño escenario, que en absoluto la privó de dar su espectáculo.

Siguieron sin tregua con «Gonna Hitchhike Down To Cincinatti And Kick The Shit Outta Your Drunk Daddy»«Struttin’ Cock», una velocísima «Piece Of Ass»«She’s Got The Drugs»«The Bitch Just Kicked Me Out» y «All Fucked Up». Por fin paraban para que Blaine diera las buenas noches y nos regalasen un poco de aire. Esta falta de oxígeno y exceso de caña ya no los recordaba desde la descarga de Lemmy & Co. y es que lo que salía de las Gibson de Blaine y Ruyter y del Rickenbacker de Katielynn era pura dinamita sonora.

Una jam muy al estilo de AC/DC en «The Jack» daba paso a «High As Hell», que acabó con los tres cuerdas arrodillados y completamente entregados al tema. Blaine iba paulatinamente bajando de la nube en la que se encontraba inicialmente y se quitó el sombrero para enseñarnos la calva y dejar caer «You give drugs a bad name».

El grupo mostraba las cartas boca arriba. Blaine pasa de un estado de ánimo cercano al éxtasis, cerrando prácticamente los ojos y paralizado por completo, a la pasión más encendida, gritando o brincando inesperadamente fuera de sí. Ruyter es un huracán, se vacía como pocos músicos y el pulso con su marido en escena se decanta a su favor, pese a que se complementan a la perfección como pareja artística (supongo que el serlo también en el terreno personal algo hará). Como me dijeron en su día, la mejor definición que puede darse de esta mujer es la de Angus Young en hembra, ni más ni menos.

La cara angelical de Katielynn y sus poses sexies de cadera enseñando el cinturón de ‘Kiss my ass’ engañaban a simple vista, ya que la bajista meneaba las cabelleras con frenesí; eso sí, con bastante más delicadeza y finura que los dos líderes del cuarteto. Jeremy Thompson pasaba desapercibido detrás, sin dar apenas señales de vida.

Tras un primer intento fallido, logran arrancar «Shoot First And Run Like Hell» y se sucede una anécdota tras otra. Ruyter se echa encima de la primera fila y le agarra la cabeza a un pobre chico, con cara no sé si de susto o imprevisto, para acercársela a su bajo vientre. Éste se queda medio acojonado sabiendo que corre el riesgo de repetir protagonismo en el siguiente número si se queda donde está.

Ruyter deja al semidescubierto su sujetador de leopardo y ataca unos melodías dobladas con la ayuda de Blaine. Son éstas las que despejan el camino al clímax de la mano de «Go to hell». Blaine despoja a Ruyter de la camiseta todavía a medio quitar, a la vez que ésta se embarca en un solo, que acaba disparándonos ráfagas de punteos en un gesto marca Steve Harris.

Más anécdotas para el recuerdo: el cantante agarra una cerveza y se la echa encima, para luego arrojarla sobre las cabezas de la primera fila sin cortarse un pelo. Una vez vaciada, se despoja de la guitarra y se marca un baile de cowboy al ritmo que marcan los riffs de Ruyter.

El tono sensual de la velada, equiparable al sutil que impone Dave Wyndorf en Monster Magnet aunque bastante más caliente y explícito, lo pone de nuevo el matrimonio. Repiten el número que pudo verse en el último Serie Z: Blaine coge otra Heineken más (la enésima a estas alturas) y la derrama sobre el pecho de Ruyter. Antes de consumir todo el líquido, le introduce el botellín en la boca y lo restriega con la mayor obscenidad que pueda imaginarse, no dudando su mujer en beberse de paso los restos de un largo trago. Para rematar la faena, dos tíos «flamígeros» por el show se abalanzaron para ver si se llevaban algo de regalo. Ni que decir que el atrevimiento no sirvió de nada. Supongo que estos tipos no criticarán jamás las reacciones de ciertas fans de Bon Jovi…

Vuelven al set con una parrafada ininteligible de Blaine que desemboca en «Keep On Fuckin'». Es ahora cuando una parte del público rompe el inmovilismo y monta el corro delante del escenario, culminando otro momento estelar de la actuación. Ruyter, por su parte, se une a la fiesta aceptando un trago de cubata de un espontáneo que se lo acerca; todo esto sin dejar de tocar el tema.

«Fried Chicken And Coffee» convirtió la sala en una cantina, donde los golpes iban y venían como si estuviéramos en el salvaje Oeste. En medio de este tumulto, el grupo desapareció unos minutos para dedicarse un merecido descanso.

El regreso fue aún más brutal. Blaine insistió con una pregunta harto complicada puestos a elegir: ¿Queréis una versión de Rose Tattoo, AC/DC o Turbonegro?

No hizo falta que respondiésemos, la banda se encargó de aniquilarnos definitivamente a base de «Rock ‘n’ Roll Outlaw»«Shot Down In Flames» y «Age Of Pamparius». El segundo asalto nos había noqueado, pero parecían dispuestos a seguir dando guerra.

Blaine reaparecía por tercera vez, incitándonos a gritar todavía más fuerte y dando unos botes encima de las tablas que parecían iban a acabar con éstas. De esta guisa de Pedro Picapiedra, el cantante aprovechó para apurar más jugo cervecero y decirnos que en España la gente entiende de verdad de Rock’n’Roll, a diferencia de Estados Unidos. Aunque el discurso no me convenció demasiado, todo sea dicho, con la última canción de la noche, «Go Motherfucker Go», aquello rozó el paroxismo: Ruyter rompiendo las cuerdas de su guitarra, con la ropa justa y simulando masturbarse al son de las últimas notas, mientras el foso ardía en empujones. Al final, se quedó la heroína a solas saludando a la gente, desparramando la cerveza sobrante y retando a un valiente a tragarse lo que quedaba de la misma forma que ella lo había hecho anteriormente: con el cuello del tercio metido hasta la garganta. Por supuesto, el chico no pudo. Curioso detalle para acabar.

No sólo recordaré esta actuación como una de las mejores vistas en mi estancia madrileña, sino que además sirvió para refrescarme la memoria y tener presente por que a uno le apasiona la música por encima de todo.

Texto y fotos: J.A. Puerta