Editorial Marzo 2017: “¿Objetivo Eurovisión?”

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Cuando yo era un tierno infante, en mi casa se veía Eurovisión con mucho interés. En aquellos años sólo había un canal de televisión, así que todo el mundo estaba centrado en lo que aquella TVE emitía cada noche, no había más opciones. Debo reconocer que el apartado musical del festival no me atraía especialmente, aunque estaba enganchado a las votaciones posteriores, una especie de competición nacional por países cuyo formato de votación era más parecido a una competición deportiva que a otra cosa. También alucinaba con las predicciones casi exactas que José Luis Uribarri anticipaba a la votación de cada país.

Yo sólo tenía 2 años cuando Massiel ganó el Festival con aquel “La, la, la” que Serrat rehusó cantar en castellano. Un año después, Salomé ganó con “Vive cantando”, empatada con otros 3 países. Ni que decir tiene que no tengo ningún recuerdo de esos días, aunque crecí con el reconocimiento de esos “hitos” en el por entonces prestigioso festival internacional de la canción.

Según fui creciendo se fue encendiendo en mi la llama del rock, lo que me alejó aún más de ese festival que me parecía tan artificial y el que pronto descubrí que la música es lo de menos y en el que importan más las relaciones diplomáticas, las simpatías entre pueblos y el trabajo de marketing. Por ello no me afectaban en absoluto los continuos fracasos de los representantes españoles en el festival. Alguno de ellos, incluso, fueron rotundos ridículos, como aquel “Quien maneja mi barca” de Remedios Amaya que la hizo volver a casa con cero puntos.

En 2002 se estrenaba un programa de gran presupuesto, “Operación Triunfo”, cuyo premio consistía en representar a España en Eurovisión. La ganadora, Rosa López, acudió al festival con una canción “festivalera” llamada “Europe’s Living A Celebration” y acompañada por los finalistas del concurso: David Bisbal, David Bustamante y Chenoa. La campaña de marketing en España llevó a convencer a todos los seguidores de Eurovisión de que iba a ganar de calle. El 7º puesto conseguido les puso los pies en la tierra.

Eurovisión nunca ha sido terreno abonado para el rock. Es un festival-concurso en el que las canciones ñoñas, pegadizas y sencillas tienen su sitio. Aún así, han sido varios los grupos de rock que han participado en el Festival a lo largo de los años, con un único éxito: Los finlandeses Lordi, un grupo de tercera fila con imagen agresiva entre Kiss y W.A.S.P. ganaron el festival en 2006 con “Hard Rock Hallelujah”.

Aprovechando el tirón mediático del Festival en España y los buenos resultados económicos que rindió “Operación Triunfo” (ahora en manos de una cadena privada), el ente público RTVE organiza ahora una selección previa llamada “Objetivo Eurovisión” que recauda un buen número de fondos tanto por publicidad como por las votaciones enviadas por el público. Un negocio asegurado, dado los elevados índices de audiencia.

Este año, en la fase final de este concurso previo estaba Maika Barbero, una cantante afín al rock de voz poderosa que quedó finalista en el programa “La Voz” de Telecinco en 2012, año en que ganó otro “de los nuestros”, Rafa Carpena, ex cantante de Nocturnia. Algunos creyeron que los mass media iban a mirar por fin al rock con buenos ojos. Ilusos…

España no es Finlandia. Ni ninguno de esos países en los que el rock está plenamente aceptado y respetado. Quizás en media Europa no sea así, pero que un rockero español intente acceder a este concurso es como meter la mano en un avispero. Una organización a la que la música no le importa, en favor del marketing, el postureo y los intereses mediáticos es campo ajeno en el cual tenemos que jugar con sus reglas. La consecuencia ha sido una falta de respeto a Maika, no ya tanto por su no elección como representante en Eurovisión, sino porque tuvo que aguantar a que le dijeran que el rock “no estaba ya de moda porque no está entre los estilos más descargados en iTunes y Spotify”. El resto es conocido: un escándalo con visos de tongo en la elección del ganador, evidentes preferencias de las cadenas de radio que habían apoyado a uno de los candidatos y un jurado que se inventó las reglas de desempate sobre la marcha, han creado uno de los escándalos mediáticos mayores de los últimos tiempos relacionados con la música.

Desde el punto de vista del rockero ¿Realmente necesitamos arrimarnos a esto? El Rock no es Eurovisión. El Rock son los conciertos en locales grandes y pequeños. El Rock son los grupos que se lo curran en los locales de ensayo intentando mejorar. El Rock es la música que en sí misma nos llega al corazón. Soy consciente de que el tirón mediático y los minutos en televisión son un atractivo enorme para cualquier músico, incluidos los nuestros. Pero hay que estar preparados para lo que nos puede pasar al meternos en corral ajeno.

Santi Fernández «Shan Tee»