Editorial Octubre 2002: “De la marginalidad del heavy y su eterno conflicto con lo ajeno”

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Hace unas semanas se hablaba por estos foros de la supuesta autenticidad de uno de los ‘grandes’ por no haber alterado ni su imagen ni su estilo a lo largo de su ya luenga trayectoria, y a mí (como supongo a tantos otros) me asaltaron una serie de reflexiones, que a continuación voy a exponer.

Cuando uno se introduce en esto del heavy metal, independientemente de las circunstancias que le lleven a ello, lo primero que advierte es que sin duda se trata de algo más que música; es rebeldía, actitud, es algo así como una protesta contra lo establecido canalizada en forma decibélica y acompañada de una imagen que topa directamente con los prototipos establecidos por la sociedad. No hay duda que es algo sumamente excitante, máxime si le añadimos que no son muchos los que se atreven a plantar cara a dicha sociedad con semejantes armas.

Pero como suele suceder todo tiene un ‘pero’, y ahí es donde vamos a hacer hincapié. Es obvio que el heavy y todo lo que le rodea constituye un mundo opaco, impermeable con respecto a agentes externos, ya sea en el aspecto estrictamente musical o en el visual. Dicho de otro modo: desde que el heavy es tal, la obsesión por acotar el movimiento (sobre todo por parte de los medios especializados) y de, como se dice vulgarmente, poner puertas al campo, ha hecho que se mire a todo seguidor de éste como un sujeto marginal al que hay que socializar, y con cierta razón. Y es que no puedo evitar una carcajada cuando aparece alguna editorial quejándose del ghetto al que está sometida nuestra música cuando nosotros mismos hemos contribuido a ello. Sin ir más lejos, ¿por qué desde tiempos inmemoriales se han hecho eco “nuestras revistas” de sus majestades satánicas los Rolling Stones como los padres de todo esto, mientras que parece como si un grupo de desalmados llamado The Beatles nunca hubiera existido? Lo cual me lleva a otra pregunta más general y directa: ¿quién se considera capaz de dictaminar qué interesa y qué no al público heavy? Partiendo de esa base (porque lo es) se me ocurren infinitos ejemplos que lamentablemente esta editorial no puede acoger.

Y en lo concerniente a la imagen la cosa no mejora. Si como decíamos al comienzo las famosas “pintas” surgieron como protesta a lo establecido por una sociedad burguesa y acomodaticia (a la que le dicen qué ponerse y qué escuchar), éstas acabaron por convertirse en eso precisamente, en lo que dictan los cánones, ahora del heavy (de lo contrario eres un ‘falso’). Y es que es bastante triste comprobar cómo en muchos casos lo que prima es la pose, quedando la música relegada a un segundo plano y quedando justificada en gran medida la burla por parte de terceros (como dice el refrán pagan justos por pecadores). Claro que esto es sólo un reflejo de lo musical; si como señalábamos antes nuestros escasos medios de difusión (prensa, radio y televisión) centran más su atención en programar y/o difundir al que ‘pasa por el aro’ que en seleccionar el grano de la paja y apostar por la interactividad cultural (¿quién dijo libertad de prensa?), la visión que obtiene el público finalmente es coja e irreal.

De todo esto y a modo de conclusión me gustaría resumir que el público heavy, o mejor aún, que ‘escucha’ heavy, no somos un ejército de iguales con antojeras de burro que vive absorto en una burbuja infranqueable, como lo han venido pintando muchos. No somos ni los más ‘auténticos’ (como se ha alzado a los cuatro vientos numerosas veces) ni un ‘desecho’ de la sociedad (como han predicado otros), sino un grupo de personas que tiene como único denominador común el apreciar una música que en líneas generales pasa desapercibida para el resto de la humanidad, que no es poco. Esto, como es lógico, es una opinión personal que no tiene porqué casar con la de nadie (eso se trata de evitar precisamente). Con que dé que pensar me doy por satisfecho.

Bubba