Editorial Abril 2003: “No song unheard”

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Con su permiso, me voy a tomar la libertad de echar la vista atrás y recordar las palabras, a veces densas, a veces necesarias, pero siempre con una intención, que bajo el nombre de un servidor han quedado impresas en este rincón de lectura. ¿Para que querrá hacer esto?, pensará alguno (y con razón). Para no desaprovechar un artículo que hubiera deseado mostrar en público en su momento. Bueno, el verbo correcto no sería desaprovechar, sino apartar, relegar injustamente, olvidar, no compartir o rechazar. Habrá quien pase unos minutos entretenidos leyendo con curiosidad, quien opine que esto es un ejercicio de egoísmo por mi parte (que lo es en cierta manera) o quien mire con ojos indiferentes algo que ni le concierne ni le llega (lógico también). Todo cabe y lo considero comprensible.

Las palabras son caprichosas y en ellas nos reconocen. Sin embargo, de éstas, al igual que las personas y los hechos, sólo retenemos en mente una cantidad minúscula que nos marcan y se quedan grabadas para siempre en nuestro registro personal de recuerdos. Supongo que durante este espacio de tiempo habré mencionado y sentenciado a decenas de bandas, discos y conciertos. Pero de todo ello no me queda más que una vaga sensación en la memoria, la cual al final se acaba aferrando al mismo relato de siempre; relato que sirve para inspirar y justificar el resto de reseñas que haya firmado.

Londres, diciembre de 2000

Después de pasar el día completo acudiendo a una clase de inglés matutina y preparando un trabajo acerca de los “low-cost carriers” con un grupo de trabajo de lo más cosmopolita (Alemania, Suecia, Nigeria y España se daban cita ni más ni menos), por fin acudía a Oxford Circus al encuentro de mi invitado, Javi Maldonado, descuidado en aquel lunes por su anfitrión.

Mi entrada llevaba en custodia la friolera de tres meses (al poco tiempo de aterrizar en Luton y comprobar el calendario de conciertos). La de Javi sencillamente no existía. Las visitas al extranjero para ver a un amigo y conocer Nottingham por puro fanatismo al Warhammer no se planifican con tanta frialdad y antelación. El evento tenía colgado el cartel de “sold-out” desde algunas semanas atrás. Finalmente, tras una intentona a la salida del metro, en el que un tipo ofrecía una reventa de ochenta libras o una burrada parecida que gentilmente rechazamos, logramos hacernos con el preciado trofeo en las mismas puertas del recinto, intercambio de mi ticket incluido para que pudiéramos estar los dos departiendo codo con codo los “Back in black”, “Highway to Hell” y demás, aunque luego nos diéramos cuenta de que, aparte de estar de pie y cantar a grito pelado, los ingleses son más civilizados que nosotros para estas cosas, con sus pros y contras correspondientes.

Cincuenta libras, que se dice pronto, y el amigo Javi Maldonado que se pilla un rebote de cuidado, y con razón después de ver lo negado que es un servidor para la negociación. Me echa en cara el no haber regateado más, y el aquí presente se encabrona hasta límites insospechados, todo fruto de una semana de bajón que mi compañero de fatigas pagó en demasía. Por suerte, el fogonazo se apagó y cambiamos de tercio. En la cola, una jovencita escocesa con ganas de matar el tiempo de espera y un inglés alcoholizado entradito en años con ganas de ligar mantienen una encendida charla acerca de los rumores que apuntaban a Slash como encargado de abrir el show de AC/DC (algo que luego desmintió la aparición de Dregen, Nicke y compañía en las tablas). Por fin entramos. Wembley Arena, pegado al mítico lugar de celebraciones futbolísticas y acontecimientos importantes, a nuestros pies. El estadio estaba en plena fase de remodelación y sí, tuve un recuerdo para Koeman. Vemos lo caro que está el merchandising y corremos a nuestros asientos: un extremo del lateral del escenario, el izquierdo, en el que no acertaba a ver ni la batería de Phil Rudd. Todavía no había mucha gente y la picardía de Javi, que es más listo y se las apaña de maravilla, se impuso a mi prudencia (suerte que no dejó el asunto en mis manos), colándonos en otras sillas con perspectiva amplia y merecedoras del precio pagado. Todo arreglado.

Después de la tormenta de vatios, la sonrisa y los ojos abiertos de par en par no se me habían borrado del rostro dos horas más tarde. Así tal cual llegamos a la residencia de estudiantes en la que me hospedaba, Furnival House, situada en Highgate, barrio residencial conocido por albergar el cementerio privado donde reposan los restos de Marx y, sobre todo, una bella y entrañable colina. Llegados a la parada de metro de Archway, intercambiamos pareceres del concierto con un australiano que nos acompañó hasta la mitad de la cuestecita de marras (por aquello de la colina y de que la residencia se encontraba en un punto elevado de la misma). Fan de la banda y curtido en mil batallas, nos confirmó lo que sospechábamos: esta noche había gozado como nunca de los Young y de un Brian Jonson envalentonado. Pasan los años y, como el buen vino, sus descargas se saborean infinitamente mejor.

Ya en la cocina del tercer piso, Richi, Bastian, Alvise y María, compañeros de una estancia imborrable, se partían de la risa cuando escuchaban mi pesada cantinela: ‘this is the best show I’ve ever seen…’, ‘incredible’,… No pude aguardar a apuntar sobre un papel lo que había vivido más que unos minutos, mientras Javi se disponía a soñar plácidamente. Todo se agolpaba en la cabeza con un estrépito y euforia inabarcables. Y allí quedó registrado hasta el final de mis días.

Regresando sobre mis propias palabras, llego a la conclusión de que la palabra artículo tampoco refleja el contenido de esta misiva. Convendría sustituirla por sentimiento. El mismo sentimiento que persigo a menudo y le da sentido a tantas horas, alegrías y sinsabores.

Por cierto, ¿a cuento de qué contaba yo esto? Será que por estas fechas la página debe de haber cumplido ya un par de años. Quizás tan sólo sea eso.

A. Puerta