Editorial Julio 2016: “Los hombres que tocaban al diez”

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editorial_julio2016“Menuda forma de empezar un verano”, me dice un buen colega mío por teléfono. Razones no le faltan: elecciones repetidas, un calor insoportable, fútbol en todos lados, la muerte de Bud Spencer –si no era heavy, poco le faltaba-, y todo eso sumado a las tragedias a las que los medios ya nos han ido acostumbrando. Sin embargo, al poco de hablar con él, sale el tema de la música, como para acabar de redondear el asunto. “Y encima, Manowar han anunciado que se retiran”. No le contesto, pero le digo que me reservo mi opinión para más adelante, que nos queda una conversación pendiente. Luego, entre helados y salidas a la playa, se me viene encima el mes de julio, y me toca escribir el editorial. La oportunidad de oro, supongo, para hablar de todo ello.

Siempre he dicho que lo malo de vivir en una democracia representativa es que uno no puede votarse a uno mismo. Al final apuestas por aquellos cuyas ideas compras al ochenta por ciento, a veces al setenta por ciento, a veces menos. El mismo adjetivo “representativa” ya indica que delegas tu vida política, o gran parte de ella, en unas figuras públicas. Algo similar ocurre en un género de música: los oyentes eligen a quién ensalzar y a quién ignorar. Los músicos profesionales, en su mayoría americanos, se erigen como capitanes, como presidentes de su género particular. Puede que no “compres” su discografía al cien por cien, que no te gusten todas sus canciones, pero visto en conjunto, los oyentes tenemos claro a quién elegimos. En el mundo del rock, las camisetas de los seguidores indican casi una militancia, una fidelidad hacia un grupo particular. Es casi como pasear un globo con las siglas de un partido político.

Manowar, además, son un caso ejemplar de cómo crearse acólitos con carné de partido. La misma banda lleva desde 1988 esforzándose por autobombearse (“the other bands play, Manowar kill”) y proclamar que son la banda más ruidosa del heavy metal. Sus conciertos han ido sustituyendo la música y el espectáculo meramente artístico por otro tipo de espectáculo, una especie de show donde los discursos interminables o las canciones de cumpleaños para las fans también tienen cabida. Sus setlists han ido marginando discos com “Into Glory Ride” (1983) para incorporar canciones más recientes y, a la fuerza, mucho peores. Que no se me malinterprete: yo creo que una banda de rock suele tener su punto álgido en los dos o tres primeros discos. Manowar no son ninguna excepción a la regla.

En efecto, joyas como “Battle Hymns” (1982), “Into Glory Ride” (1983), “Hail to England” (1984) o “Sign of the Hammer” (1984) son magníficos ejemplos de cómo tocar música rock de forma muy personal, creativa y con un ojo puesto en la ópera o la mitología nórdica. Esos discos y esa actitud sí que las compras al cien por cien, y con mucho gusto. Pero lo que viene después, y especialmente después de 1992, es como recibir un mamporro de nuestro fallecido amigo Bud Spencer.

Del ’82 hasta el ’84, los llamaban Trinidad, y después los llamaron los Magníficos. Canciones como “Shell Shock”, “Secret Of Steel”, “Each Dawn I Die” o “The Oath” son de manual, son ejemplos canónicos de cómo componer y destilar clase y fuerza a la vez. Pero la banda decidió metamorfosear. No es que se aprovechasen de sus primeros éxitos, es que los marginaron para dar paso a la mediocridad y al esperpento. Musicalmente, sus últimos discos dan más vueltas que el holandés errante (perdón, eso es un chiste para wagnerianos). Su actitud no es creíble. El talento puede agotarse, pero la dignidad vale la pena no perderla de vista.

Sólo espero que su gira de despedida no sea como otras que se alargan demasiado. A mí me habría gustado verles en directo, pero visto lo visto, hace ya veinte años que dan ganas de abstenerse.

Jaume “MrBison”