Editorial Julio 2010: “La canción del verano”

¡ Comparte esta noticia !

Insulsa, plasta, un poco infantil y de estribillo pegadizo. Vamos, una especie de condena porque es imposible olvidarse de ella durante una temporada larga. Más o menos eso viene a ser la “canción del verano” para muchos de los mortales que la padecemos por el artículo 33 (quieras o no). Sin embargo hay otros que no sólo la disfrutan cuando la escuchan, sino que son conductores solidarios de esos que bajan la ventanilla y comparten su música con los pobres transeúntes que pillan por banda mientras esperan en algún semáforo, porque quieren que el mundo se percate del nivel de exigencia musical de sus entrenados oídos. Que presumen de ello, vaya.

A lo largo de los años ha habido muchos músicos(*) que han perpetrado atentados al buen gusto cometiendo delitos contra la tranquilidad vacacional del tipo “Aserejé”, “Macarena” o “Un rayo de sol” y, sin embargo, la historia no habla de que Las Ketchup, Los Del Río o Los Diablos hayan pagado su deuda con la sociedad en galeras o pintando bordillos de amarillo, algo que me parece otra desconsideración hacia las víctimas, a la vez que le dan vidilla a los susodichos conductores “solidarios”.

Pero, por mucho que King África, Fórmula V o María Jesús y su acordeón se hayan esforzado a lo largo del curso, hay un músico de verdad (**) que gandulea durante el invierno y recupera la asignatura justo cuando empiezan “las calores”: el ínclito, el maravilloso, el del estribillo vertiginoso, el jazz-metal de Georgie Dann.

Sí señor, el destripador de temazos como “El Casatchok”, “El bimbó”, “El chiringuito” o “La barbacoa” es todo un músico de conservatorio que domina varios instrumentos (os aseguro que es una gozada escucharle tocar el clarinete o el saxo) que nos ha estado torturando durante las cuatro últimas décadas a base de tostones repegajosos, siempre acompañado de señoritas de buen ver, mientras él movía su tupé de un lado a otro con movimientos tipo Frankenstein escocido y nos enseñaba los incisivos con sonrisas de oreja a oreja.

Nunca ha sido superado, ni creo que haya nacido todavía un pelmazo similar que acumule mayor número de horteradas en su currículum que él. Eso sí, la caja hecha con “Macumba”, “Koumbó” o “Mi cafetal” ya la quisieran para sí muchos de los músicos que admiramos y que suelen aparecer con más frecuencia en la editorial de esta web. He ahí otra de las grandes injusticias de este negocio, si es que hablamos de negocio, y de este arte (***).

No tengo nada en contra de Georgie Dann, en absoluto. Es más, es un personaje que me cae bien, y no sólo porque sea una gozada escucharle tocar jazz, sino porque también lo es escucharle hablar de música. Sabe de lo que habla, tiene los oídos y la mente muy abiertos y en su equipo no suena nada que se le parezca a una “canción del verano”. Y, por si fuera poco, reconoce que su trabajo cara al público dura tres meses al año y es un tipo humilde y respetuoso con sus colegas de profesión, algo que muchos le han negado. Hace tiempo que encontró la manera de sacar pasta con esto de la música, algo que ahora mismo se antoja imposible.

Pues nada, ¡¡¡larga vida a Georgia Dann!!!, pero que con él se termine ya de una vez la manía de buscar una canción con la que dar la brasa en chiringuitos y bodas durante el tiempo del botijo. Emisoras de radio y DJs varios: Un poco más de originalidad, que la cosa está chunga, ya lo sabemos, pero no es necesario sacar de quicio al personal. Eso sí, he dicho que este tío es músico, pero un pelmazo, y lo mantengo, que una cosa no quita la otra. No creo que haya muchos que me lleven la contraria. Bueno sí, el pinchadiscos (¿existe todavía?, ¡¡¡ya tengo tema para otra editorial!!!) de la “pista de verano” de mi pueblo, pero ese es un mal endémico difícil de erradicar.

Alvar de Flack